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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Regímenes que traen cola

Miles de cubanos hacen cola estos días para ver las cenizas del comandante Fidel, en una imagen que tiene algo de déjà vu: de cosa ya vista en algún pasado impreciso. Es natural. También fueron miles los españoles que hace cuarenta años se pusieron en fila por estas fechas de noviembre para despedir los restos del general Franco. Hay regímenes que traen cola, por muchas que en apariencia puedan ser sus diferencias ideológicas y estéticas.

Algunos de los que esperaban turno en la fila de Franco dijeron años después que habían ido allí para asegurarse de que el Centinela de Occidente estaba muerto, por si tratase de un simple rumor. Era un chiste macabro y tímidamente exculpatorio que tal vez repitan dentro de un tiempo los que hoy forman disciplinada hilera para homenajear a otro político que también llegó al poder por la vía de las armas.

Basta echar un vistazo a los documentales de la época para comprobar que las dos colas compartían un mismo sentimiento. Los habaneros entrevistados por las teles ven en Castro a un padre multitudinario -"un segundo padre", dijo Maradona- cuya pérdida los aflige como si fuera la del propio progenitor. Exactamente lo mismo que decían hace cuatro décadas los allegados políticos de Franco, huérfanos confesos del hombre que había dirigido sus vidas con mano de hierro.

Hay algo de psicología freudiana de masas en esta idea del gobernante que ejerce de padre tutelar del pueblo. Su imagen es la del pater familias que vela por los suyos aunque a menudo lo haga con la severidad e incluso la dureza propia de todo patriarca de los de antes. Los rusos, un suponer, llevaban su afecto hasta el extremo de llamarle "padrecito" al camarada Stalin, aunque ya por entonces fuese conocida su afición a las purgas y al asesinato de los desafectos.

Todo esto tiene su lógica, aunque sea perversa. A cambio de llevarse la libertad de la gente, los líderes paternales ofrecen a sus súbditos protección, seguridad en las calles y a menudo regalos en forma de subsidios. Creen que los pueblos son como niños y en esa condición hay que tratarlos.

Lógicamente, los dictadores acaban por dividir a la población en fervorosos devotos y adversarios irreconciliables; pero lo cierto es que casi siempre se aseguran una buena cola de hinchas en su funeral.

La cola es en realidad la prueba del nueve de la existencia de una dictadura. Una rápida búsqueda en internet basta para rescatar, por ejemplo, imágenes de las largas filas de gente hambreada que se formaban en la posguerra española para adquirir los productos racionados por el régimen de Franco. Esas mismas hileras fueron el paisaje cotidiano en la antigua Europa del Este y en Cuba, donde la gente se sumaba a cualquier cola callejera aunque no supiese con exactitud qué era lo que se vendía en ella. En medio de la escasez, no se podía dejar pasar la oportunidad de comprar algo.

Muchos años después veríamos aún en Grecia una más moderna cola ante los cajeros automáticos y, si los noticieros no mienten, las que se siguen formando ante las tiendas de Venezuela.

Se conoce que esos, como los antes citados, son regímenes que por su propia naturaleza tienden a traer cola. Incluso a la hora de la muerte de sus padres fundadores, como estos días se ve en las imágenes que nos llegan desde La Habana.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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