Alberto Núñez Feijóo quiso estrenar su tercera y última (según propia confesión) etapa al frente de la Xunta con un discurso extraordinariamente conciliador. Quizá pensando en una suerte de legado histórico, se empleó a fondo para investirse de un halo casi de jefe de Estado y no de partido, que es lo que es. Su toma de posesión estuvo jalonada por encomiables propósitos. Ante la oposición y lo más granado de la sociedad galaica, habló de "mano tendida", "unir esfuerzos" y "construir puentes". Censuró todo "bloqueo institucional" y condenó "las líneas rojas arbitrarias". Su canto al diálogo y al consenso entre adversarios cosechó el aplauso de muchos y el escepticismo de otros.

Eso ocurrió hace 18 días. Hoy, cuando faltan 24 horas para la constitución del Área Metropolitana, suenan a lejanas. A rumor de un pasado remoto. Porque la Xunta y el Partido Popular que él preside están dispuestos a llevar hasta el final el boicot a una institución supramunicipal que es fruto de un complicado e histórico acuerdo.

El Área no es propiedad de nadie. Ni de Vigo ni, desde luego, de la Xunta. Es un ente al margen de batallitas políticas o electorales. Un instrumento para dotar a medio millón de vecinos de mejores servicios. Entre ellos, pero no el único, el transporte metropolitano.

Y también debe ser un foro de diálogo, discrepancias y encuentro. De debate. Catorce alcaldes tendrán la responsabilidad de encarar los problemas que sobrevengan. Y de dar solución (seguramente con la cesión de todos ) a conflictos que no se resolverán de un plumazo, pero que se prolongarán eternamente si ni siquiera se sientan a la misma mesa. Como el del transporte. La vieja estrategia política del enfrentamiento y la pelea a campo abierto solo produce frustración y hartazgo que los ciudadanos penalizan.

Mañana, 1 de diciembre, es un buen día para que todos nuestros representantes en el Área (53) den una lección de altura de miras, codura y sentido del deber. Una excelente ocasión para fortalecer aquellos vínculos que les unen y empezar a discutir las cuestiones que les distancian. Pero sin líneas rojas ni bloqueos arbitrarios. ¿A que sí, presidente?