2017 será año de congreso para las tres primeras fuerzas políticas. Tres citas muy distintas en su desarrollo y trascendencia.

El más definido es el congreso del PP: tiene fecha y hasta ya sabemos el resultado, lo que reduce la convocatoria a un gozoso encuentro de fin de semana para reforzar los vínculos entre quienes comparten carné. Rajoy saldrá reelegido por el hecho de que no hay ningún otro candidato y la única duda es si Dolores de Cospedal consumará su deseo de mantener las responsabilidades orgánicas. Esa ausencia de incertidumbre es la confirmación de que el PP ha ganado monolitismo en un tiempo que se suponía amenazante para los partidos más clásicos, y que una parte muy amplia de los votantes españoles están a gusto con organizaciones que en nada se renuevan.

Entre febrero y marzo Podemos tiene una cita en lo que ya se llama "Vistalegre 2" para conservar el eco de lo que fue su consagración orgánica, el primer paso para dejar de ser un movimiento y acercarse a los modos de un partido. Más de dos años después, las circunstancias son muy distintas de aquel primer Vistalegre, en el que se fraguaba una organización con una casi total virginidad en lo institucional, aupada por un entusiasmo y un vigor emergente que dejaban en segundo plano la diversidad ideológica de quienes se agrupaban en un proyecto todavía por hacer.

Podemos está ahora en plena fuerza de resistencia para determinar hasta dónde puede soportar la divergencia en lo estratégico y en lo organizativo. La fortaleza del liderazgo de Pablo Iglesias no oculta que la falta de una cultura común de partido y la dispar procedencia de quienes tienen responsabilidades visibles puede terminar por convertir a los morados en un azucarillo que se diluya en múltiples avatares políticos todavía por llegar.

De los socialistas nada se sabe. El empeño de la gestora por marcar los tiempos está abocado al fracaso en la medida en que Susana Díaz ha entrado ya en campaña y despliega toda su fuerza de choque, no se sabe todavía si en favor de sí misma o para abrir camino a algún testaferro, esta vez fiable. Ese derroche de liderazgo a la búsqueda de su suprema consolidación deja cada día más en evidencia el descabezamiento del partido y el incordio que para la dirección interina suponen ahora los mismos que la auparon.