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Ceferino de Blas.

La primera catedrática

Los azares de la indagación histórica deparan algunas sorpresas a las que merece la pena prestar atención. Como el hallazgo, relacionado con otra búsqueda, de Consuelo Burell Mata, que dejó huella en Vigo desde noviembre de 1942 a septiembre de 1961.

Hace unas semanas, en su discurso de los Premios Princesa de Asturias en el Teatro Campoamor de Oviedo, el Rey al referirse a la profesora británica, escritora y especialista en el mundo grecolatino, Mary Beard, recordó que la condesa de Pardo Bazán fue la primera mujer española catedrática de Universidad. Justamente en 1916, hace un siglo.

El Rey rememoró con orgullo la efeméride, pero olvidó los pormenores. Porque a la Pardo Bazán siempre le pusieron zancadillas y cada logro le costó Dios y ayuda. Solo consiguió la cátedra gracias a los buenos oficios del padre de Consuelo Burell, el ministro de Educación, Julio Burell y Cuellar, periodista, político y ministro de Alfonso XIII en varios ejecutivos. En el caso de la condesa, ostentaba la cartera de Instrucción Pública y Bellas Artes en un gobierno de Romanones. Ocupando la misma cartera, en 1910, Julio Burell había eliminado las trabas legales para que las mujeres pudieran acceder a la Universidad y opositar a cátedra.

Seis años después todavía era teoría. La mayoría del claustro de profesores de la Facultad de Letras de la Universidad Central se opuso en votación a la candidatura de Emilia Pardo Bazán como titular de Lenguas Neolatinas. No la querían como colega.

Pero a diferencia de lo que ocurrió en los dos intentos de la condesa por ocupar un sillón de la Real Academia de la Lengua, que fue rechazada por ser mujer, los profesores de la Universidad Central no se salieron con la suya. El ministro Julio Burell asumió como un empeño personal desagraviar a la eximia escritora y trasladó al rey Alfonso XIII la decisión favorable de su Ministerio para que lo corroborase.

Aunque no sería exitosa la experiencia docente de la Pardo Bazán. Por la enemistad del profesorado, fue de mal en peor en el número de alumnos en las pocas clases que impartió. Si en la primera no llegaron a la docena los que asistieron, en la última solo acudió uno.

Le ocurrió como al premio Nobel de la excelente película "El ciudadano ilustre", que fue perdiendo oyentes de sus conferencias hasta acabar con solo tres. También en la ficción la causa del rechazo fue la envidia desatada en el pueblo natal al que retorna como ciudadano ilustre décadas después.

La condesa, tras la última y frustrante experiencia docente, dejó de impartir clases, pero nunca renunció al título de catedrática, que dio pie a Felipe VI a citar su caso como un hito.

Consuelo Burell fue catedrática de Lengua y Literatura en institutos de Las Palmas, Vigo y Segovia. En su condición de profesora, fue decisiva en la vocación literaria de Carmen Laforet. Durante su etapa en Canarias apasionó a la autora de "Nada", la novela que estrenó el premio Nadal. Lo cuenta en sus memorias inéditas. "En el segundo año de la Guerra Civil, conocí a una persona que tuvo muchísima importancia en mi vida. Se llamaba Consuelo Burell y era la nueva profesora de Literatura". Por eso Laforet mantuvo hacía ella una profunda admiración y una inacabada amistad.

Podría aventurarse que si Consuelo Burell no hubiera abandonado el instituto Santa Irene para trasladarse a Segovia, la relación de Carmen Laforet con Vigo, la literaria, incluso la familiar, hubiera sido diferente.

En noviembre de 1961, su marido, el periodista y crítico literario, Manuel Cerezales, aceptó la dirección de este periódico, pero Carmen Laforet no lo acompañó. Se quedó en Madrid con sus cinco hijos, y solo vino los veranos del 62 y el 63, que pasó en Cangas. En el segundo acabó la novela "La insolación", la última que publicó.

Un año después, Cerezales regresa a Madrid, se produce la separación del matrimonio y Laforet entra en crisis como novelista. Tal vez no hubiera ocurrido si Consuelo Burell permaneciese en Vigo, a donde se habría trasladado la novelista con su familia, pero cuando llega Cerezales ya estaba en Segovia, donde dejó tanta estela que el principal premio literario de la ciudad lleva su nombre.

Fue una gran pérdida para el Instituto de Santa Irene por el que pasó una pléyade de grandes profesores. Hasta los años noventa en que se creó la Universidad de Vigo, el Santa Irene cubrió esa función. Varios de sus catedráticos, del mismo o superior nivel que los mejores docentes universitarios, crearon escuela. Dos fueron mujeres: Consuelo Burell y Carmen Ambroj. Pisaron fuerte como profesoras y en la sociedad viguesa de la época. Alguien tendrá que escribirlo para que se conozca lo que significó este instituto en el entorno vigués de la posguerra.

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