Pasado el tiempo no en balde, los árboles de Las Palmeras se hicieron adultos y, especialmente, las especies frutales se convirtieron en una tentación irresistible para los chavales pontevedreses.

Sabino Torres Ferrer, último hijo predilecto de esta ciudad, nunca olvidó las "cerdeiras bravas nos xardins da Deputación". También resaltó las bondades de los nísperos, los naranjos y hasta los caquis que poblaron, de esquina a esquina, la parte frontal del Grupo Escolar (Subdelegación de Defensa), donde en los años cuarenta se construyó el primer parque infantil a la vera del café Blanco y Negro.

Durante su primera etapa como alcalde entre 1928 y 1930, resulta bien sabido que Remigio Hevia Marinas dedicó una atención especial a hermosear Pontevedra. Aunque los jardines de Casto Sampedro constituyeron su aportación más destacada en aquel corto período, no descuidó la Alameda ni Las Palmeras, aquélla mucho más clasista y ésta bastante más popular.

A principios de 1928 aprobó el pleno municipal el ajardinamiento de la Plaza de Vincenti (su nombre oficial) "junto a las casas de los señores Trapote y Portasany", según precisaba la moción presentada por Sinforiano Melero, concejal delegado de Policía Urbana. Esa iniciativa germinó luego en los llamados "Jardines de Colón", una vez ejecutada la demolición del mentado Teatro Circo.

El Ayuntamiento convocó al año siguiente un concurso para desmontar el pilón de la entrada de la Alameda y acometer su traslado hasta la Plaza de Vincenti. Dicho trabajo se adjudicó a Fernando Torné Abelleira, contratista de la parroquia de Mourente, por un importe de 1.800 pesetas. Y en abril de 1929 el pilón se instaló a la sombra de aquel característico y frondoso "llorón" donde permaneció durante muchos años, hasta que cedió su lugar al actual parque infantil

La falta de un alumbrado que mereciera tal nombre constituyó en aquel tiempo la carencia de Las Palmeras más lamentada por la ciudadanía. Las quejas fueron continuas. De la escasa luz reinante en un parque tan grande no solo se beneficiaron los inconfesables amoríos de muchas parejas, sino que también se aprovecharon gamberros y delincuentes para cometer mil tropelías impunemente.

La noche del 2 de abril de 1929 se produjo una brutal agresión al vigilante nocturno de los Jardines de Vincenti. Tanto por su brutalidad como por su desatino, el incidente causó una enorme consternación. La alarma causada fue tan grande, que a partir de entonces la corporación municipal autorizó a los guardas nocturnos portar un arma y usarla con carácter defensivo.

La Guerra Civil marcó un antes y un después para Las Palmeras, al igual que para tantos y tantos lugares. Durante aquellos años sufrió un apreciable abandono, porque las prioridades resultaron otras. No hubo tiempo ni tampoco ganas para el disfrute y el ocio.

A partir de los años cuarenta llegaron los popularísimos bambanes y en los años cincuenta surgieron las visitadas pajareras. Ambas cosas dieron a Las Palmeras una popularidad enorme entre niños y mayores. Por eso merecerán sendas crónicas venideras.