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Ánxel Vence.

Adiós al comandante

Ánxel Vence

Fidel y su amigo Don Manuel

"Este hombre es más de izquierdas que muchos que presumen de serlo", proclamaba hace justamente ahora veinticinco años el entonces comandante en jefe de la Revolución, Fidel Castro. "Este hombre" era, sorprendentemente, su medio paisano Manuel Fraga, fundador y refundador de la derecha española al que el líder cubano acababa de recibir en La Habana, al pie del avión, con honores de Jefe de Estado.

El presidente gallego y el cubano juegan una partida de dominó. // FdV

Ni Fraga representaba a Estado alguno ni, desde luego, sería fácil encuadrarlo dentro del ancho ámbito de la izquierda; pero el entonces presidente de Galicia se limitó a sonreír ante la boutade de su nuevo amigo. Pródigo en excesos verbales, Fidel quería agradecerle de este modo a Don Manuel su visita a una Cuba aislada del mundo en aquel septiembre de 1991.

Recién caído el muro de Berlín que sepultó bajo sus cascotes al comunismo, Castro era por entonces el leproso favorito de los Estados Unidos. Un apestado en varios continentes al que ningún dirigente occidental se atrevía a visitar so pena de comprometer su imagen pública y su futuro político.

A Fraga, que siempre fue muy suyo y más cuando se ponía en plan Iribarne, no lo disuadían las circunstancias. Durante su larga estancia al frente de la Xunta no dudó en armar una curiosa y políticamente incorrecta actividad en materia de asuntos exteriores que le llevó a visitar el Irán de los ayatolás, a adentrarse en los desiertos de la Libia de Gadafi e incluso a encontrarse en Santiago con Tarek Aziz, viceprimer ministro de Sadam Husein. Lo de Cuba fue solo el comienzo.

Para consternación de su pupilo José María Aznar y la camada de jóvenes que habían heredado el mando del partido en Madrid, el presidente-fundador del PP decidió romper por su cuenta el bloqueo a la isla caribeña con una visita al entonces atribulado Castro.

Allí clamó inesperadamente contra el embargo de USA al régimen castrista que aun tardaría un cuarto de siglo en comenzar a levantarse, ya bajo la presidencia de Barack Obama. Todo el mundo coincidía por entonces en que al gobierno de Castro, privado de sus mentores soviéticos, le quedaban apenas unos pocos telediarios. Tal vez eso explicase el insólito recibimiento de estadista de cinco estrellas con el que el exguerrillero de Sierra Maestra recibió al exministro de Turismo de Franco.

Aquello fue el principio de una gran amistad, un poco al modo de la que establecían el excombatiente republicano Bogart y el gendarme francés de Vichy en la escena final de Casablanca. De temperamento volcánico y mercurial ambos, Castro y Fraga no tardaron en apelar a su común galleguidad mientras compartían mojitos, queimadas, partidas de dominó e inacabables coloquios nocturnos hasta el amanecer.

Fraga enseña a Castro a preparar una multitudinaria queimada durante su visita a Galicia. // FdV

Los dos tenían a su espalda infancias casi intercambiables. Castro, hijo de gallego y canaria, había nacido en Cuba; y a Fraga, de padre gallego y madre vasco-francesa, lo habían alumbrado en Vilalba de Galicia. Apenas había cumplido tres años cuando viajó por primera vez a la isla donde sus padres -al igual que los de Fidel- se conocieron y decidieron iniciar una larga vida en común. "Si mis padres no hubieran decidido volver a España huyendo del trópico", bromeaba Don Manuel, "yo me habría quedado en Cuba. ¡Y a lo mejor Castro hubiera sido yo!". Quién sabe.

Dadas las circunstancias, no sorprenderá que el diario Gramma -órgano oficial del Partido Comunista de Cuba- dedicase a las andanzas de Fraga su primera plana y amplios espacios interiores en cada uno de los siete días que duró la visita. De hecho, ya casi nadie pudo llamarse al asombro cuando un alto funcionario del régimen, Julio García Olivera, pidió al entonces presidente de la Xunta que aceptase el título honorífico de "compañero Fraga". Diplomáticamente, el aludido respondió que no estaba allí para hablar de ideologías.

El extraño idilio nacido en La Habana tendría aún su continuación al año siguiente, cuando Castro devolvió la visita a Galicia. Fraga ejerció de perfecto cicerone, paseando a su amigo por la Praza do Obradoiro en una escena singular que tuvo como inesperados coprotagonistas a grupos de jóvenes no exactamente de derechas empeñados en vitorear al Comandante.

Aunque la gira fue mucho más breve que la anterior en Cuba, Fraga se las arregló para que su colega probase el pulpo y la empanada, además de repetir conjuros de la queimada y entablar partidas de dominó. Aún les quedaría tiempo para visitar la casa natal del padre de Fidel en tierras lucenses de Láncara, donde el entonces presidente cubano fue obsequiado con el título de hijo predilecto de la localidad.

Un cuarto de siglo después de todo aquello, Don Manuel y el compañero Fidel han pasado a ocupar ya sus respectivos capítulos -distintos y distantes- en los libros de Historia. Queda para las hemerotecas la otra historia de su inesperada amistad en tiempos turbulentos. Cosas de gallegos, probablemente.

anxelvence@gmail.com

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