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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Contra el vicio, más impuestos

Fumar, beber y darle caña al coche va a ser más caro tras la vuelta del Gobierno a las funciones que le son propias: como, por ejemplo, la de subir impuestos. Se van a enterar los pardillos que durante los últimos meses echaban en falta un Consejo de Ministros con mando en plaza y en el Boletín Oficial del Estado.

Lo primero que suele hacer un gobernante, aquí y en Estados Unidos, es aumentar los tributos. Aún se recuerda la teatral frase: "Lean en mis labios: no subiré los impuestos" que tanto ayudó años atrás a George Bush, el Viejo, a ganar la presidencia norteamericana. Nada más hacerse con el cetro del imperio, el más listo de los Bush se mordió sus labios pecadores para anunciar que no le quedaba otra que tapar los agujeros del déficit mediante una elevación de las tasas.

Otro tanto va a hacer ahora Mariano Rajoy, si bien de la mucho más sutil manera que es marca de la casa. Lejos de meterle mano al IRPF o al IVA, tan sensibles para el bolsillo, el presidente reelegido va a subir los llamados impuestos especiales que castigan las conductas sanitariamente inapropiadas.

El tabaco, el alcohol y la gasolina, tríada de vicios que mantiene en marcha al español de a pie e incluso al motorizado, aumentarán de precio gracias al alza de tributos que Rajoy se dispone a propinarles. Felizmente, no existe todavía una tasa que grave la fornicación; aunque tampoco conviene darle ideas a un ministro de la demostrada avidez fiscal de Cristóbal Montoro.

La idea no puede ser más virtuosa. Por una parte se reduce la afición al pitillo y al gin-tonic, costumbres perjudiciales para la salud del ciudadano; y por la otra se recaudan tributos muy necesarios para cuadrar las cuentas del déficit. Hay que cumplir con los mandatos de la Santa Madre Europa, so pena de que nos imponga una gruesa multa y/o nos corte los fondos como penitencia.

No ha de ser casualidad que estos impuestos a cuenta del vicio reciban la denominación de "especiales". Tan especializados están que hay uno sobre el vino, otro sobre la cerveza y un tercero sobre el alcohol y bebidas derivadas que cubre todo lo demás. Y luego aún quedan los del tabaco y la gasolina, que viene siendo la droga del coche.

Esta cruzada contra el libertinaje la había inaugurado ya, por razones de orden más bien moral que económico, el anterior presidente José Luis (R.) Zapatero. Imparcial adversario del tabaco y el alcohol, aquel presidente socialdemócrata consiguió bajarles los humos a los españoles sin más que utilizar los decretos del BOE contra la nicotina.

Entre los que dejaron de fumar por miedo a las multas y los que pillaron pulmonías mortales en las terrazas, el censo de viciosos del pitillo disminuyó muy notablemente. Cierto es que Zapatero no tuvo el mismo éxito con el alcohol, dada la inveterada afición de los españoles al morapio y el auge del botellón entre los jóvenes.

Rajoy, que es gobernante práctico y no atiende tanto a razones sanitarias como a las necesidades de recaudación del Estado, va a tomarle ahora el relevo con una subida de impuestos que acaso beneficie a los hígados y pulmones de la ciudadanía.

Como quiera que sea, se cumple una vez más la vieja máxima según la cual se nota la llegada de un gobierno por el mordisco que suele darle al bolsillo del contribuyente. Bien merecido lo tienen aquellos que echaban de menos la falta de un gobierno como Dios y la UE mandan.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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