Primero fue el mosqueo voceado con el silencio de manos al discurso del Rey en la investidura de Mariano Rajoy, que representa en el Congreso de los Diputados a los cinco millones y pico de votantes declaradamente republicanos que hay en España. Luego vinieron esas declaraciones a micrófono tapado del fallecido Adolfo Suárez recordando que se le pedía un referéndum sobre la Monarquía y él se negaba porque no le salían los números en las encuestas. El alzhéimer de Adolfo Suárez explica la historia oficial de España más que ninguna otra circunstancia y en seguida salieron los que le arrancaron jirones de memoria para guardarlos en su relicario de la Transición. Pero, digan lo que digan sobre lo que dijo, por entonces los que no eran republicanos eran poco monárquicos y el Rey sólo contaba con UCD y TVE para reinar. Hubo que inventar el término "juancarlista" para que la Monarquía no desentonara con la ideología de la izquierda. Desde entonces, cualquier debate relacionado con el Rey y la Monarquía fue respondido con el "no toca" de los que marcan la agenda.

A veces coinciden el momento en que la Luna está más cerca de la Tierra, el plenilunio y una noche despejada y se ve enorme y brillante la cara del satélite. Cuando todavía sonaban los aplausos que no fueron y la verdad que tampoco, puse el capítulo cuarto de "The Crown", la serie sobre Isabel II, que trata su coronación y vi cuánto más respeto intelectual sienten los británicos por ellos mismos. Mientras la imagen muestra aristócratas, mitrados, estolas de armiño y palio, una voz comenta que se trata de rituales medievales y magia, a la vez que deja la libertad de elegir la superchería, incluso a sabiendas de que lo es. El discurso compite con el coro de la coronación, encargado de la emocionalidad, ese trabajo con el que cumple tan bien la música, el arte que vence a la razón.

Al inicio de la Transición el Rey solo contaba con el apoyo