Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De vuelta y media

La Gran Vía La pieza angular de la urbanización del Campo de San José para hermosear

Pontevedra fue dedicada antes de su construcción a Montero Ríos en 1891

El proyecto de urbanización del Campo de San José o huerta del Convento de Santo Domingo, que Alejandro Rodríguez Sesmero firmó en 1879, ya contempló una gran vía entre la Alameda y un recinto exclusivo de veinticinco solares para viviendas de familias pudientes.

Villa Pilar constituye hoy el único vestigio, junto a la Diputación, el Instituto y el edificio de Artes y Oficios, de aquella planificación que nunca se abordó en su totalidad. Esa circunstancia negativa tuvo un lado muy positivo porque favoreció el nacimiento de Las Palmeras o los Jardines de Vincenti.

Como la avenida proyectada tardaba y tardaba en ejecutarse por distintas vicisitudes, el gobernador civil Sabino González Besada (hermano de Augusto) instó al Ayuntamiento en 1891 el cumplimiento de la cláusula número 14 de la escritura de compra-venta del solar adquirido por la Diputación. Por medio de dicha condición, el primero se comprometió con el segundo a dedicar el importe de la operación a "hermosear" todo el entorno del Palacio Provincial.

Un pleno municipal aprobó por unanimidad el 22 de noviembre de aquel año una moción defendida por Inocencio Acevedo Caballero para saldar la deuda contraída. La propuesta del alcalde hasta el año anterior y entonces concejal incluyó tres puntos concretos: la apertura de la calle desde Riestra hasta el fondo de la Alameda, unas aceras de tres metros a cada lado, así como una calzada en medio con tratamiento de carretera y su nominación como "Vía de Montero Ríos".

No hizo ninguna falta que Acevedo justificara la prerrogativa dedicada a tan distinguido político. Don Eugenio ya había sido ministro de Gracia y Justicia en tres ocasiones, y también ministro de Fomento. Hacía bastante tiempo que se había convertido en dueño y señor del palacio de Lourizán. Y todo el mundo sabía en Pontevedra que Montero Ríos había beneficiado a esta ciudad en no pocas ocasiones de forma generosa.

A propuesta de Isidoro Martínez Casal también se acordó en aquella misma sesión el cierre de la Alameda con una verja de hierro. El concejal argumentó su conveniencia para evitar cualquier desgracia, dada su diferencia de rasante con respecto a la nueva calle.

El Ayuntamiento no abordó la ejecución del proyecto porque su economía estaba más tiesa que la mojama. No tenía un duro y demoró su realización, hasta que el gobernador civil volvió de nuevo sobre el asunto un año más tarde. Entonces comenzó de verdad su cuenta atrás por medio de un crédito extraordinario.

El proyecto se encargó a Siro Borrajo, arquitecto provincial, por falta de arquitecto municipal. A finales de 1892 entregó su trabajo, que satisfizo por igual a ambas corporaciones. Buena prueba de su favorable acogida por la Diputación fue la subvención de 10.000 pesetas que concedió al Ayuntamiento para contribuir a su ejecución. Obras son amores.

La subasta se celebró a las once de la mañana del 26 de abril de 1893 y atrajo un total de quince licitadores. La obra era en sí misma golosa, pero gozaba además de otro atractivo: abría la puerta a otros trabajos para el Ayuntamiento o la Diputación.

Prudencio Landín Tobío escribió en una magnífica crónica que la obra se adjudicó en 20.834 pesetas. Ese fue en realidad el tipo de la subasta. La concurrencia tan numerosa de contratistas bajó sustancialmente aquel presupuesto inicial. Finalmente un avispado maño, José Pemán, se llevó el gato al agua con una bajada de su precio hasta 18.000 pesetas.

La construcción de la Gran Vía se inició el 1 de mayo de aquel año, bajo la dirección del autor del proyecto, Siro Borrajo, y la obra se liquidó mes a mes, sobre trabajo realizado. Su ejecución se llevó a cabo a buen ritmo y sin ningún contratiempo hasta su tramo final.

Varias obras accesorias, tanto a propuesta del arquitecto como de la corporación, desbordaron el plazo inicialmente previsto y el constructor no tuvo otro remedio que pedir una moratoria para acabar su trabajo.

El pleno municipal fijó el 21 de enero de 1894 un nuevo calendario para la terminación definitiva: solicitó al arquitecto la presentación del proyecto reformado con los cambios acordados antes del 15 de marzo, y concedió al contratista una prórroga de tres meses para rematar la obra, incluida la construcción de un muro de contención al final de la avenida por un coste adicional de 70 pesetas.

A partir de entonces la obra retomó la buena marcha inicial y encaró su recta final. Ante su inminente conclusión, la Diputación mostró su satisfacción al Ayuntamiento con la concesión de otra subvención de 15.000 pesetas, que destinó de inmediato a cumplir su compromiso de urbanizar todo el entorno.

El 13 de mayo de 1894, Siro Borrajo anunció la finalización de la nueva avenida. Tres semanas después, el pleno municipal encargó la recepción en su nombre al propio director de la obra para curarse en salud.

Una vez cumplimentado dicho trámite, el concejal Boente Siqueiros reclamó la construcción del talúd de conexión con la Alameda, aprobado y no construido. Esa realización pendiente aplazó su recepción definitiva hasta el día 18 de diciembre del mismo año 1894.

Durante esos seis meses ocurrieron dos hechos relevantes para el Ayuntamiento de Pontevedra:

Por una parte, se produjo la designación de Siro Borrajo como director facultativo de obras municipales, en señal de reconocimiento al buen entendimiento mantenido con la corporación municipal durante la ejecución del trabajo encomendado.

Y por otra parte, pese a que el remate de la nueva avenida supuso una mejora urbanística considerable, el Consistorio no logró vender un solo solar del Campo de San José o huerta de Santo Domingo, según la planificación realizada por Rodríguez Sesmero. Hasta tres subastas consecutivas resultaron desiertas, incluso rebajando sus precios a 20 y 12 pesetas el metro cuadrado.

La Avenida de Montero Ríos fue denomina popularmente como Gran Vía durante tiempo inmemorial. Tanto enraizó esa nominación que muchos años después fue reconocida y oficializada como tal el 25 de abril de 1996 por una corporación presidida por Juan Luís Pedrosa. Una revisión en profundidad del callejero pontevedrés reconoció entonces las denominaciones tradicionales más significativas.

stylename="070_TXT_inf_01">lopez.torre.rafael@gmail.com

Compartir el artículo

stats