La compra de conserveras por grupos chinos y la continua expansión de la flota de ese país genera inquietud y preocupación al sector en Galicia. El desafío no es nuevo, pero la ofensiva es cada vez mayor. En Galicia, uno de los grandes operadores pesqueros de ese país Shanghai Kaichuang Marine ha adquirido por 61 millones la viguesa Albo, una de las marcas más tradicionales del sector conservero español, dentro de la creciente acometida de compañías chinas que han acelerado en los últimos años la compra de empresas en países occidentales para expandirse. La última intimidación llega desde el Atlántico Sur, uno de los principales caladeros de la pesca gallega. Allí el potente holding Shandong Baoma viene de cerrar un acuerdo con el gobierno de Uruguay para instalar una gran base logística desde la que atender a una flota de más de 260 barcos asiáticos que faenan sin ningún tipo de regulación por fuera de las 200 millas. Una invasión que amenaza con dejar sin recursos a nuestra flota.

El consumo de pescado en China ha pasado de los 14,4 kilos per capita en 1993 a cerca de 38 a cierre de 2013, según los datos de la FAO. El incremento representa un alza del 160% en poco más de veinte años. Aunque no de forma tan exponencial, el gasto de productos pesqueros a nivel mundial ha crecido casi un 40% en ese periodo. Si a ello sumamos el aumento de la población global, el mercado de los productos del mar se presenta sumamente apetitoso y estratégico. A ese ritmo de consumo, la pesca extractiva se estancará (ya lo está para la flota de bandera española, que faena un millón de toneladas al año), y la acuicultura será la responsable de completar la demanda que el mar no puede proporcionar. Así, quien tenga acceso a la materia prima salvaje y a la producción en granja tendrá la sartén del mercado por el mango. Y China es quien está cocinando toda una revolución que aprieta la capacidad de reacción de nuestra industria, acostumbrada a pelear en un mundo muy competitivo pero sin margen de maniobra para sortear la ofensiva mundial del gigante asiático.

Hay tres aspectos a tener en cuenta. En primer lugar, y en cuanto a la pesca extractiva, la estrategia china es muy similar en apariencia a la que llevaron a cabo las industrias gallegas a principios de los años 60 y 70 del pasado siglo. La incursión de Pescanova o Pereira en Argentina, las Falklands, Mauritania, Mozambique o las Svalbard propició la creación de los arrastreros congeladores y otras innovaciones como la incorporación del nailon y el poliestireno para las redes o la hélice de paso variable. Empezaron a asentarse en los países ribereños de forma paulatina, para establecerse después con empresas mixtas, asociadas a un operador local, tras la declaración de soberanía de las 200 millas por parte de la ONU. Filiales como Pescamar, Tunacor, Cadilu, Blue Sea Fishing, Argenova, Merlus o Pesquera Deseado han ido creando un tejido industrial en países del Cono Sur o África, propiciando importantes mejoras locales y desarrollos sociales y laborales. La diferencia del capital chino es que nunca han tenido ese vínculo, ese arraigo histórico con los países de sus subsidiarias, porque no las crean de cero, tan solo las compran. El problema es que los grupos chinos se han lanzado a adquisiciones masivas en muchos países, dispuestos a vendérselas por falta de dinero para crecer o cuando menos mantenerse. Y es solo el comienzo.

En segunda instancia, y muy vinculado al punto anterior, está la falta de regulación sobre los océanos. El concepto de la libertad de los mares se rompió en 1982 con la decisión de la ONU de poner bajo la soberanía de cada país las primeras 200 millas, pero fuera de ese límite todo el mar quedó libre para la depredación y el saqueo. Las zonas que no pertenecen al dominio de ningún país ribereño están expuestas a la actividad parasitaria de miles de pesqueros (casi todos arrastreros, de ahí su mala fama), en muchos casos de capital asiático, que abastecen a la industria transformadora china de materia prima en enormes cantidades y a precios muy bajos. Mientras nuestra flota reglamentada trabaja en base a directrices científicas y controles públicos, comprometida además con el tejido socioeconómico de los países donde se asienta, estos piratas modernos aprovechan la laxitud de las normas marítimas, y por qué no decirlo, la falta de interés de la comunidad internacional, para seguir operando a su antojo, saqueando el mar y el futuro del sector extractivo.

Esta situación enoja, con razón, a la industria argentina y a toda la flota gallega asentada en ese país, que ve como la vecina Uruguay acaba de dar el plácet a una megabase logística cerca de Montevideo que servirá para dar servicio a más de 200 barcos que faenan en la milla 201, con la consiguiente amenaza de recursos sobre el caladero interior en el que pescan nuestros buques. El operador chino Shandong Baoma invertirá 190 millones de euros en un complejo portuario con dos muelles de casi un kilómetro cada uno, un astillero de reparación, factorías de elaborados, hielo y harina de pescado, un muelle de estiba, un centro de repostaje y oficinas. Toda una gran base de operaciones desde la que sostener la pesca INDNR (ilegal, no declarada y no reglamentada) a cambio de la creación de menos de 300 empleos en el país sudamericano. De nuevo aparece la falta de arraigo de estas inversiones (el holding chino ha elegido Uruguay porque no puede operar del mismo modo en Argentina) y la inacción de las instituciones para controlar la pesca ilegal fuera de aguas exclusivas. Por supuesto no toda la industria china ampara el pirateo o las prácticas ilegales, todo lo contrario, pero a la par que se internacionalizan las empresas responsables lo hacen también las que se benefician de prácticas irregulares.

Y llegamos a un tercer aspecto que es endógeno y estructural al sector en Galicia: la falta en muchos casos de relevo generacional en las empresas, sumado en algunos de ellos a una gestión no profesionalizada que ha derivado en estructuras de financiación poco competitivas. No todas las grandes firmas de integración más o menos vertical tienen garantizado el relevo en sus cúpulas y las principales compañías son familiares, como es el caso de las relevantes Pescapuerta, Pereira, Vieira, Mascato, Fandicosta y Botas. También en algunas otras se echan en falta mejores gestores.

Los desencuentros familiares en aquellas empresas con una armazón financiera poco sólida las convierte en presas fáciles para quien sí dispone de dinero para apostar por un sector claramente viable y de futuro. Y los compradores chinos están sobrados de ello. Si Galicia quiere conservar su industria pesquera y que ésta siga manteniendo sus raíces en el territorio, debe trabajar por reforzar las empresas desde dentro. Y, al igual que José Fernández, José Pereira, Ángel López Soto o José Puerta exploraron medio mundo para resolver el futuro de sus compañías, a nuestras instituciones les toca defender la actividad lícita y reglamentada donde y ante quien haga falta para que nuestra industria, en la medida de lo posible, compita en igualdad de condiciones. Todo menos seguir cruzados de brazos.