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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Del sueño a la pesadilla

Nueva sorpresa para los apologistas de lo políticamente correcto. Las elecciones presidenciales de Estados Unidos las ha ganado Donald Trump, quizás el candidato más tosco, ignorante y maleducado de toda la historia política de los Estados Unidos de América. Y lo hizo tras una campaña en la que no fue visible un programa coherente de gobierno salvo ocurrencias estrambóticas sobre el cambio climático (que niega), la OTAN (cuya factura pretende pasarle a Europa), el racismo (anunció la construcción de un muro con México), el machismo (las mujeres son instrumento de placer para el hombre) y varios disparates más, que escandalizan y preocupan a buena parte de la opinión pública mundial.

Pero todo eso no fue motivo para evitar que una enorme marea de votantes descontentos (trabajadores de industrias cerradas, supremacistas blancos, etc., etc.) desbordase las previsiones de un establishment que se ha hecho odioso para el sector de la población más golpeado por la crisis. Apoyando en las urnas la candidatura de Trump, todos esos millones de personas (cada cual quizás por un motivo distinto) le han dado una patada en el culo a la gente exquisita de Washington que había apostado su dinero a lo que creían victoria segura de la señora Clinton, una política profesional de larga experiencia.

En la noche electoral tuve ocasión de ver y oír en la primera cadena de la Televisión Española la opinión del catedrático emérito de la Universidad Complutense Rafael Navarro-Valls (hermano del que fue portavoz del Vaticano con Juan Pablo II) que fue entrevistado en su condición de experto conocedor de la realidad norteamericana. El señor Navarro-Valls quiso tranquilizar al resto de los contertulios allí presentes y a la audiencia sobre las escasas, a su juicio, posibilidades de Donald Trump para salir triunfador en la carrera por la presidencia. Y dio, entre otros argumentos de peso, uno que le pareció fundamental: la candidatura de Hillary Clinton había gozado de una financiación muy superior a la de Trump por parte del mundo del dinero, o de los mercados, como ahora se dice. Y claro está, si el mundo del dinero apostaba por la exsecretaria de Estado en contra de un millonario del sector hostelero, la suerte estaba echada. Pocas horas después se vio que el pronóstico había errado estrepitosamente.

Como es natural, los mercados manifestaron su decepción poco después de conocerse el resultado de las elecciones y las Bolsas cayeron en todo el mundo. Transitoriamente, por supuesto, porque el mundo del dinero siempre hace buenos negocios en situaciones de crisis. Es fácil prever que tras la sorpresa brotaran como los hongos miles de análisis para explicar lo aparentemente inexplicable desde todos los puntos de vista. Mientras eso llega, tengo que recordar algunas opiniones del fallecido Gore Vidal y del famoso lingüista Noam Chomsky, dos intelectuales norteamericanos de reconocido prestigio sobre la evolución previsible de su país. El primero de ellos, en su libro Patria e Imperio (una recopilación de artículos) apuntaba que Estados Unidos tenía ingredientes sociales que podrían facilitar una deriva hacia un fascismo de nuevo cuño. Y el segundo, que acaba de estar en Barcelona, destacaba el alto índice de fundamentalismo religioso de un alto porcentaje de la población. El sueño americano se convierte en pesadilla.

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