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Ni con pinza

La franja lunática eleva a un troglodita a la poltrona más poderosa del planeta

El voto secreto dio ayer a Donald Trump la presidencia de Estados Unidos. Lo había, es cierto, pero no fue para Hillary Clinton (con pinza), sino para el magnate, y hiede a podre sin sonrojo. La diferencia entre la peste a "establishment" que desprende la ex primera dama y el hedor que despide (desde el sistema) el multimillonario antisistema son dos décimas a favor de Clinton (47,7% frente a 47,5%) que, sin embargo, depositan en la Casa Blanca al primer presidente de la telerrealidad.

La combinación de apoyos de la clase blanca trabajadora y la clase media venida a menos por la crisis y la globalización ha sido letal. Letal para la democracia, sea eso lo que sea, y letal para el futuro, que la victoria de Trump siembra de incertidumbres (la alianza con Europa, el propio proyecto de la UE, alentado siempre desde Washington, la lucha contra el yihadismo en todas sus vertientes, incluyendo la guerra en Siria?)

Hay malestar en la primera democracia del mundo; tanto, que un tipo sin experiencia política alguna, ni ejecutiva ni legislativa, oscuro en sus negocios y en su lealtad al fisco, y machista y racista hasta las cachas, ha conseguido ponerse al frente de un descomunal ejército de descontentos, situando la tentación autoritaria más cerca de lo que nunca ha estado en el país de las oportunidades.

Hay muchas lecciones que extraer del triunfo de Trump, pero la primera es anterior al resultado de la votación del martes: algo huele a podrido en las democracias occidentales cuando la gente (la de Podemos y la otra) se engancha al banderín redentor de hombres como él sólo porque aciertan a dar con los mensajes que calman frustraciones y espolean odios; porque dicen lo que muchos quieren escuchar. Y ese "muchos", precisamente, es el problema: que la franja lunática haya crecido tanto como para hacer de un troglodita el hombre más poderoso del planeta.

Esperemos que la inquina que le profesa su propio partido, que controla ambas cámaras del Congreso, le impida desentenderse de los muchos problemas que aquejan al mundo. Esperemos que el garrulo lo siga siendo sólo en sus declaraciones y no, también, en sus actos. Si no, abandonen toda esperanza y búsquense un refugio. Pero antes (se los digo) aprovisiónense de una buena cantidad de antieméticos.

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