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Juan José Millás.

Éxito culinario

Vino mi hermano pequeño a comer y me enseñó un truco para cocer patatas que consistía en envolverlas en papel de periódico e introducirlas cinco minutos en el microondas. Me olvidé del asunto, porque no hay día en el que no me den una receta para el microondas, pero ayer tuve gente a comer y me dije: "Voy a probar". En vez de coger periódicos atrasados, como me recomendó mi hermano, cogí uno del día, con las noticias frescas, y fui envolviendo las patatas una a una. Esta, con las páginas de Economía; esta, con las de Cultura; esta otra, con las de Nacional? El secreto estaba en utilizar varias páginas para una sola patata, porque así se hacían en su jugo. Por una cuestión de carácter (me gusta el humor negro) envolví un par de ellas en las páginas de esquelas. Pensé que era como echar un hueso al cocido.

Mientras el plato del microondas daba vueltas (tal es su forma de pensar), coloqué en la parrilla unos chorizos criollos con un poco de mantequilla que enseguida empezó a crepitar. Entre una cosa y otra, tomaba un sorbo de vino tinto. Cocino bebiendo al objeto de ir perdiendo poco a poco la conciencia de lo que hago. Cuando llevo dos copas, corto un par de ajos en láminas muy finas para hacer un sofrito sobre el que arrojo todo lo que tengo a mano, sean pimientos de bote, puerro, ajetes tiernos o perejil. Sazono el conjunto con especias de toda clase y un chorro de vino. Cosas que no se me ocurriría llevar a cabo en mi sano juicio me parecen normales cuando los vapores del vino llegan a mi encéfalo.

En esto, el microondas dejó de dar vueltas. Saqué las patatas, la desenvolví y observé, perplejo, que la letra impresa del periódico se había transferido a la cáscara de los tubérculos. Era impresionante la fidelidad con la que no solo las palabras, sino las fotografías también, aparecían estampadas sobre la superficie irregular de las papas. Claro que los titulares aparecían al revés, en espejo, lo que añadía más misterio al fenómeno. Primero pensé en pelarlas, pero luego decidí que no, de manera que las partí en rodajas que rocié con el sofrito improvisado. El éxito de las "patatas a la letra impresa" fue bárbaro. Reservé para mí, por puro morbo, las patatas que había envuelto en las páginas de esquelas.

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