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Ceferino de Blas.

Por el carlismo al viguismo

El etermo retorno de la historia ha devuelto a la actualidad el carlismo, no en el sentido estricto, y en forma de nuevas guerras, sino como bibliografía. Un profesor de Vigo, Alfredo Comesaña, ha publicado el libro "Hijos del Trueno. La tercera guerra carlista en Galicia y el Norte de Portugal", que sin duda merece la pena leer.

No hace muchos años, cuando ETA segaba vidas, Alfonso Guerra se refería a la banda terrorista como los "carlistas", también a su prolongación ideológica, los nacionalistas vascos. Los más radicales y los de corte conceptual.

Era lógica la derivación territorial del carlismo, después de que Fernando VII desposeyera del trono a su hermano, el primer don Carlos, para dárselo a su hija Isabel. Prendió en el Norte, donde había un terreno foral y levantisco abonado. Por eso se llaman guerras del Norte.

Tenía su nido en las provincias Vascongadas, y desde allí se irradió a los contiguas, las aragonesas, y por todo el Cantábrico hasta Galicia.

No habría ocurrido si en esos territorios no existiera una receptividad. Recuérdese que la familia de la Condesa de Pardo Bazán, desde su marido el Quiroga ourensano hasta su padre, que incluso fue diputado por esta facción, formaron parte del núcleo dirigente carlista. La propia escritora llegó a visitar al Pretendiente en Venecia, durante un viaje a Italia, que cuenta en "Mi romería".

En Oviedo se celebra el "desarme", que tiene su origen en un sitio de la ciudad por los carlistas. Con el tiempo se convirtió en una fiesta gastronómica con los ingredientes que utilizaron los ovetenses para recordar la efeméride: garbanzos con bacalao y espinacas. Un menú exquisito.

En Galicia no existen celebraciones gastronómicas derivadas de las peleas con las partidas, pero queda la memoria de su paso por diversos territorios.

Aunque parezca muy lejano no puede pensarse que el carlismo haya sido irrelevante en Galicia. Máxime si se repasan los periódicos de la tercera guerra (1872-1876). La primera, en los años treinta y la segunda, en los cuarenta, tienen un relato muy limitado porque no existía prensa en la región. Pero ya la había en la tercera, y el tratamiento informativo es extenso.

He aquí como se explicaba a los vigueses el arranque de la última contienda:

"Confabuláronse los vascos, que desde su origen fueron siempre rebeldes y malos tributarios de los godos, en guerra civil contra el trono de la reina Isabel. Lucharon y perdieron su causa con un convenio, jurando fidelidad al trono y a la institución, lo cual han vuelto a olvidar luchando con la tenacidad y terco ardor del primer tercio del siglo".

Para los antepasados vigueses el carlismo era algo próximo. Estaban enterados de cuanto ocurría, porque contaban con información, desde 1855, entre la segunda y la tercera guerra, y 1876, cuando se firma la paz.

La postura de FARO, que ya entonces era decano de la prensa gallega, fue nítida: todos sus editoriales y artículos de opinión están a favor del constitucionalismo y en contra del carlismo. Esto caló socialmente e influyó en la conformación del viguismo.

Las constantes denuncias de los perjuicios que causaba el conflicto civil, que impedía el desarrollo del país, reafirmaron las ideas liberales, emparentadas con la idiosincrasia viguesa, contraria a los dogmatismos.

Los vigueses son más dados al sincretismo, a la templanza, a la condescendencia y a saber integrar cuanto llega. De ahí la frase de Lustres Rivas de que Vigo es una ciudad "muy gallega y muy cosmopolita".

Cuando acabó la contienda -"las guerras de nuestros antepasados", como las tituló Delibes-, FARO no se quedó quieto. Pidió que las fábricas de armas que existían en Vasconia se trasladaran a Galicia, para saldar el sacrificio que habían causado a los gallegos las partidas carlistas.

El eterno retorno de la historia, del que siempre hay que estar prevenido, porque en el momento menos pensado, como los terremotos, rebrota, ha llegado ahora en forma bibliográfica.

Es un repaso de aquellos tiempos y los episodios que noveló Baroja con tanto verismo. Ojalá queden para siempre en el campo de la historiografía sin que nadie quiera reeditarlos.

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