Ignoro cuantos ayuntamientos europeos disponen de un programa monumental que permita el debate sobre la función del arte público y que ordene la imagen urbana. Algunas de estas ciudades europeas se han visto invadidas por volúmenes vanguardistas, cuya creatividad y disfrute funcionaría mejor en el círculo del mercado privado de las galerías de arte, y que son incapaces de convivir con los ciudadanos en los espacios públicos.

Lo mismo ocurre por estas tierras en donde existen obras de difícil encaje en las plazas viguesas, algunas carentes de significado y emotividad, ocupando espacios inoportunos de manera inadecuada. Habría que remontarse al siglo XIX, la época en la que nacen los clásicos monumentos públicos en Vigo en homenaje a personajes ilustres, para contemplar otro equilibrio y mensaje diferente, aunque décimonónico, pero que permitió a aquellas esculturas ser monumentales. Pero la grandeza del arte reside también en su carácter controvertido.

El "hombre-pez" del genial Leiro es una alegoría nacida del mar, cuyas escamas de acero están labradas por los cuatro milenios de la historia de esta antigua Ciudad. El Sireno es una obra grandiosa cuyo logro quizás esté desvalorizado por su ubicación. Pienso que esta escultura monumental está dedicada a la historia de la Ciudad, pero sobre todo al mar de Vigo. La intervención del artista, en esa simbiosis del ser humano con la naturaleza, construyó una aventura técnica y estética que estos 25 años de vida convirtió en alegoría y símbolo, que sintetiza la esencia de un pasado histórico y que lo proyecta con fuerza hacia el futuro. Pero, en mi opinión, el gran Sireno vive en silencio, carece de diálogo urbano con los edificios modernistas "Simeón", de Gómez Román y "Labarta" de Jenaro de la Fuente, ni con el edificio barroco francés "El Moderno", de Pacewicz. Tampoco parece posible el maridaje con el resto de edificaciones, porque nuestro símbolo ciudadano busca el mar por encima de sus tejados y quiere hablar con él. Nuestro símbolo, como valor formal de la Ciudad, busca una nueva y grandiosa perspectiva de lejanía desde donde pueda hablar y ser visto, en donde su enorme cuerpo no tape la visión del entorno urbano inmediato. Esta gran obra reclama el escenario marino.

Salvando las distancias con Vigo, los ayuntamientos de Glasgow y Nantes disponen de comités de arte consultivos que reúnen a responsables políticos electos y a expertos que emiten opinión sobre la política artística urbana, estatuaria incluida, como categoría artística porque una estatua pública es patrimonio cultural urbano. Aunque una buena parte de nuestra estética urbana viguesa se la debemos a arquitectos, escultores y muralistas, el arte de crear monumentos públicos necesita del oficio de artistas y también de la opinión no interesada de expertos que puedan ayudar a transformar los espacios en estética urbana como valor social.