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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Unas perdices en Baralla

Como todos los años, excursión a la feira de Monterroso, en el altiplano lucense, que pasa por ser la más concurrida del otoño avanzado junto con la de San Lucas de Mondoñedo. Viajamos muy de mañana en dos automóviles, pero en el que yo iba, los expedicionarios, dando por muy sabida la rutina del mercadeo, prefirieron quedarse en la capital de la provincia y pasear tranquilamente hasta la hora del almuerzo. Sabia decisión. La cita ferial de Monterroso, si uno no se levanta al alba para recorrer el mercado del ganado, es un tumulto de coches buscando aparcamiento, interminables filas de ciudadanos recorriendo a paso de procesión los tenderetes, y dotaciones de guardias civiles intentando poner algo de orden a aquella marea humana.

En el pabellón donde se concentran vendedores y compradores hay momentos en los que prácticamente no se puede dar un paso y el espacio para moverse se hace angustioso. Añádanse a la confusión decenas de pulpeiras formando un extenso campamento para darse una idea de lo que allí se produce. Pese a todo, y quizás por el roce, o por el apetitoso aroma a tocino que flota en el ambiente, la fiebre compradora se apodera poco a poco de la multitud y raro es que uno no se marche del lugar con más kilos de carne de ternera o de cerdo y más ristras de chorizo de las que uno tenía pensado llevar a casa. En ese sentido, no se diferencia mucho la feira de Monterroso de la Bolsa de Londres.

Para los que optamos por una visita a pie al Lugo monumental, la mañana se desenvolvió sin agobios y muy placenteramente. Sin salir del soberbio recinto amurallado que nos legaron los romanos, hay mucho que ver y disfrutar pese a ser paisaje conocido. Empezamos el itinerario por la Plaza Mayor y luego visitamos sucesivamente la sede del Círculo de las Artes y la Catedral. En el Círculo, a esa hora de la mañana de un día festivo, no había nadie en la sala de billar y apenas cuatro lectores de prensa en el recinto silencioso de la biblioteca. Si alguien quiere rememorar el ambiente de un casino provinciano este es el lugar ideal para hacerlo.

A la salida, echamos en falta los cuatro leones que guardaban la entrada del jardín. Las esculturas que ideó Paciano Guitar en 1885 para un monumento que se iba a dedicar a España, fueron fundidas en la fábrica de Sargadelos, luego transportadas por mar hasta el puerto coruñés, y por último viajaron hacia Lugo en unos carros tirados por bueyes. El proyectado monumento a España ("lo único importante", que decía el fallecido Fraga Iribarne) no se hizo y los leones -me explican- fueron llevados a restaurar hace tiempo y de ellos nunca más se supo.

La afición española a los leones en piedra o en metal es conocida y los hay por todas partes además de a la puerta del Congreso de los Diputados en Madrid. Confiemos en que los reintegren pronto a su lugar de antes en la Plaza Mayor. Lucían muy bien. Luego de esto, las dos expediciones coincidimos a la hora de almorzar en Casa Lola en la cercana Baralla. Comimos unas sabrosísimas perdices que es lo que suelen comer las personas felices.

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