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Javier Cuervo.

Un millón

Javier Cuervo

Columbario mental

Porque hay muchos nichos de mercado, los enterramientos más caros están en los columbarios de las iglesias céntricas y en los estadios de fútbol, dos espacios religiosos. Hablar del fútbol en términos religiosos ya no es un recurso literario. En los estadios está dios. Las iglesias están consagradas al culto monoteísta y los campos de fútbol son templos dedicados a los dioses de un politeísmo mucho más practicante que la secta más rezadora. Medidos en fanatismo y fetichismo, las personas de misa y comunión diaria tienen su equivalente en los que ven más de un partido al día. Ambas cosas son muy útiles para el orden general.

En suelo sagrado o en terreno de juego, en cenizas o en cuerpo corrompible, lo verdaderamente humano de los restos permanece en los recuerdos de los vivos. Cuando mueren, los seres cercanos y, tantas veces, queridos dejan su domicilio y pasan al área de los recuerdos, donde intervienen libremente, se presentan sin avisar y entran hasta la cocina sin llamar a la puerta. De pronto, se come una paella con ellos en domingo sin que sea un coñazo o haya una docena de planes mejores.

En los recuerdos, los muertos cercanos siguen diciendo lo mismo que en vida pero se les escucha con otra atención, se descubren significados y aplicaciones nuevas a sus palabras, suelen convertirse en autores de referencia y se les cita como a tales: "Ya decía mi abuela", "como decía mi padre". Al igual que pasa con Churchill, se les atribuyen frases que no son suyas o que dijeron otros antes. Si quedaron cuentas pendientes regresan como fantasmas de los cuentos, como los únicos que existen, para desasosegar los pensamientos. Hay gente territorial y ordenada que prefiere tener esos restos en un sitio y hacerle una vista cada tanto. Está bien. Hay gente que prefiere evitar eso. Es igual. Los muertos se llevan puestos como ceniza que no se desprende.

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