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¿Quién sabe?

Todos los Santos y Fieles Difuntos como cristianización del samahaim

Muchos estudiosos dicen que Todos los Santos y Fieles Difuntos son la cristianización del samahaim. Según algunos autores cristianos Gregorio IV, fundándose en las visiones del Apocalipsis, instituyó la fiesta de Todos los Santos, para celebrar y honrar a los santos, y rescatar y dedicarles el templo romano. No obstante, autores modernos piensan que estas festividades de la Iglesia católica no son más que la cristianización del samahaim celta. El día uno de noviembre, los celtas ofrecían a la divinidad sacrificios que simbolizaban la muerte ritual del rey la cual causaba la renovación de las todas las instituciones.

La tarde del primero de noviembre se celebra el magosto en Galicia, la castañada en Cataluña y la mauraca en Las Alpujarras. Durante la fiesta de las castañas los habitantes de este mundo van a visitar a los muertos al monte, según muchas culturas uno de los lugares privilegiados de residencia de los muertos. El día del magosto, la castañada y la mauraca (en otros pueblos de Francia y el Pio Monte recibe otros nombres) es una fiesta de vivos y muertos como lo era la fiesta celta y, más exactamente aún, la fiesta de la comunicación entre los dos mundos. El lugar preferido para su celebración siempre fue el monte, pero se podía celebrar en casa, al lado del fuego del hogar. Hoy, en la mayoría de pueblos, asan las castañas por grupos en la plaza pública aunque en algunas partes siguen haciéndolo en los montes.

En Galicia también lo celebraban en el atrio de la iglesia o en la encrucijada del pueblo al pie de un crucero; en ocasiones, los mayordomos de la cofradía de las ánimas llevaban a la iglesia castañas y vino a la iglesia y la comunidad bebía y comía toda la noche allí, a veces sobre el mismísimo altar. En el Bierzo, el mismo personaje repartía a manta castañas cocidas o asadas desde la torre de la iglesia y los afortunados que agarraban alguna las agradecían como donativo de las almas del Purgatorio. Unos albañiles de un pueblo de Orense que abren y preparan las sepulturas para meter un muerto nuevo, me dijeron: "En los restos de algunas cajas hemos encontrado castañas que pusieron las ánimas de antes para las nuevas".

En Amer (Gerona) y en Sabadell (Barcelona) la noche del 1 al 2 de noviembre se tocaban las campanas intermitentemente desde que empezaba a oscurecer, desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche. Las campanas tocaban en señal de duelo por los difuntos; mientras, en las casas, se rezaba el rosario, se tostaban castañas y se bebía vino verde. Ahora se comen los "panellets" que son, según me informaron los pasteleros, "castañas de muertos".

El vino en el magosto, el moscatel en la castañada y la aguardiente en la mauraca corren en abundancia. La gente bebe "hasta verte cristo mío, como durante los carnavales", me dijeron en todas partes. Quien no participaba en el Samahaim, que terminaba en borrachera ritual, corría el peligro de perder la razón. En Galicia, el Bierzo y las Alpujarras, al terminar de comer las castañas se tiznaban unos a otros, bailaban y saltaban sobre el fuego, y hacían gala de una cierta libertad en las relaciones de un sexo con otro, libertades solo permitidas en momentos de gran comunicación entre el mundo de los vivos y los muertos.

Salir al monte o, en nuestros días, a la plaza pública a hacer el magosto, la castañada o la mauraca es un acto de profunda e intensa comunicación entre el mundo de los vivos y de los muertos, como el samahaim para los celtas. Un sacerdote gallego me decía el día de Todos los Santos: "Esta gente piensa que los muertos comen castañas" y un paisano que seguía la conversación comentó: "Quién sabe, señor cura, a lo mejor las comen".

*Antropólogo del CSIUC, escritor y teólogo. "El fútbol (no) es así" es su último libro.

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