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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Propiedad de los muertos

Los que aún no estamos muertos aprovechamos el Día de Difuntos para homenajear a los que ya dejaron el mundo de los vivos con unas flores. Un ritual que se repite todos los años y que llena de gente los cementerios y da negocio extra a las floristerías. E incluso fomenta un turismo funerario porque no son pocos los que se ponen en camino para acudir al lugar donde yace el ser querido. Recordar es otra cosa porque a los muertos más queridos los enterramos en el corazón y en la cabeza y desde allí vienen a vernos, o a hacerse notar, de cuando en cuando pero nunca a fecha fija. Justo hasta el tiempo en que nosotros muramos también y quedemos a expensas de la memoria ajena para resucitar un poco.

El escritor holandés Cees Nooteboom hizo unas interesantes reflexiones sobre el fenómeno en su libro "Tumbas de poetas y pensadores", en el que aprovecha la descripción de los lugares de enterramiento de los literatos seleccionados para hacer un breve apunte sobre su personalidad y su obra. La relación es larga y va desde Gustave Flaubert a Dante o desde Oscar Wilde a Virgilio, porque la muerte iguala todos los tiempos de la vida de cada uno. Y una curiosidad, sobre la tumba del novelista argentino Julio Cortázar hay una botella medio vacía de absenta con un mandato imperativo: "¡No la cojan! ¡La botella es para el escritor!".

Pues bien, en la introducción a esta curiosa obra Nooteboom dice lo siguiente: "Cuando se trata de tumbas, todo es irracional. Llevamos flores a nadie, arrancamos los hierbajos para nadie y aquel por quien vamos no sabe que estamos allí. Sin embargo, lo hacemos. En algún rincón secreto de nuestro corazón albergamos la idea de que esa persona nos ve y se da cuenta de que seguimos pensando en ella. La persona ya no existe, pero las palabras y los pensamientos permanecen".

La costumbre de visitar las tumbas, limpiarlas y depositar flores en ellas continúa, pero nada nos garantiza que vaya a seguir manteniéndose por mucho tiempo al decrecer los sentimientos religiosos y aumentar el número de incineraciones. Y si a ello añadimos el coste de los funerales y el del mantenimiento de las tumbas pues la cosa se complica. La Iglesia católica ha advertido el peligro y, aprovechando la cercanía de esta festividad, ha hecho públicas unas instrucciones en las que prohíbe (dentro del ámbito de sus competencias, claro) que las cenizas de los muertos sean esparcidas en el aire, en la tierra o en el agua, divididas entre familiares o conservadas en casa. Y mucho menos que se las utilice para hacer amuletos, esculturas o piezas de joyería. En ese sentido, el cardenal alemán Gerard Mueller ha sido contundente. "Los muertos no son propiedad de las familias, son hijos de Dios".

Y en esa condición deben de ser enterrados en lugar sagrado, es decir, en un cementerio católico. No soy teólogo ni sociólogo y mi capacidad para predecir el futuro es muy limitada. En cualquier caso, si continúan aumentando el número de incineraciones supongo que las autoridades civiles tendrán que dictar normas para regularlas.

No vamos a seguir tirando cenizas al mar o en cualquier lugar que se nos ocurra.

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