Entre la amplia colección de artículos que surgieron hace unos meses como consecuencia de la fascinación que ejerce Donald Trump sobre periodistas y politólogos se encuentra uno especialmente interesante de la revista Rolling Stone enfocado en la trayectoria profesional de Glenn Beck, histriónico e influyente líder de opinión que se ha ganado la vida en la radio y en la televisión hablando sobre todo tipo de conspiraciones. En su antiguo programa, emitido en la cadena Fox News, además de llorar con frecuencia frente a las cámaras, insultar a los políticos y al "establishment" y contribuir a crear un clima político de máxima tensión, acusó sin pruebas al filántropo judío George Soros de haber colaborado con los nazis, atribuyéndole también, recurriendo a los clásicos argumentos del antisemitismo ("Soros ha admitido que no cree en Dios. Quizás porque él piensa que lo es"), la responsabilidad total de la crisis financiera, e incitó a los televidentes a que se movilizaran contra un grupo de maoístas, marxistas y revolucionarios que pretendían "eliminar al diez por ciento de la población de Estados Unidos" al tiempo que llamaba racista al presidente Barack Obama, quien, a su juicio, tenía un "odio profundo hacia los blancos".

Ahora, después de posicionarse en contra de Donald Trump, distanciándose así de varios locutores y presentadores de derechas, y de afirmar incluso que se le ha pasado por la cabeza votar a Hillary Clinton, Glenn Beck dice que se arrepiente. "Desafortunadamente he jugado un papel en esta división del país. No me di cuenta de lo frágil que realmente es la gente", le dijo a la presentadora de Fox News, Megyn Kelly, en el año 2014. Hace unos días publicó un artículo en las páginas de opinión del periódico The New York Times animando a los conservadores a que trataran de "comprender" Black Lives Matter ("La vida de los negros importa"), un movimiento social que emergió en el año 2013 después del asesinato de un joven afroamericano llamado Trayvon Martin. "Hay una batalla dentro de mí: el chico bueno contra los cuarenta años de entrenamiento sobre cómo hacer un show", reconoció Beck.

No hay mejor lección sobre los peligros de la demagogia que la historia de este ángel caído del conservadurismo populista cuya disidencia parece estar generándole también ciertos problemas económicos, pues, de acuerdo con algunas publicaciones, el imperio mediático de Glenn Beck, desde que decidió no apoyar a Trump, se digiere inexorablemente hacia el colapso. Las confesiones de este cínico telepredicador no suponen, por supuesto, ningún descubrimiento (de ese esa manera oportunista se han hecho ricos muchos líderes religiosos y políticos en todo el mundo), pero sí pueden resultar muy útiles para tratar de reflexionar sobre el inusitado y debatido éxito del candidato republicano. Son esas mismas personas, azuzadas durante años con esas disparatadas pero efectivas teorías conspirativas a través "canales de noticias" que poseían audiencias millonarias -cuya repercusión facilitaba una acelerada captación de fieles-, las que han dado la nominación a Donald Trump, quien ha basado su candidatura en ese tipo de dislates.

Se han aprovechado del dolor y el resentimiento real de una parte de la población para construir un país ficticio en permanente estado de alerta, obsesivo y desconfiado, al cual ahora observan con preocupación porque, ay, los ingenuos feligreses, tomándoselo todo al pie de la letra, no supieron distinguir entre la información y la opinión, entre el análisis y el entretenimiento, entre los intereses del pueblo y los intereses del negocio. Y la muchedumbre avanza hacia la tierra prometida mientras desertan algunos de sus corruptos profetas. Efectivamente, las ideas tienen consecuencias. Vaya si las tienen.