Después del acoso y derribo de Pedro Sánchez, el comité federal del PSOE decidió que había que abstenerse en la investidura de Rajoy. Descartada la posibilidad de una alternativa al gobierno del PP, la cuestión se planteó como una disyuntiva entre abstención o nuevas elecciones. Pero una cosa es reducir la complejidad de una situación y otra simplificarla descartando cualquier matiz.

El argumento de que es preciso abstenerse porque antes está el interés de España que el del PSOE no es creíble, porque si unas terceras elecciones beneficiasen al PSOE se diría todo lo contrario. En consecuencia, la abstención está motivada porque se considera que volver a las urnas empeoraría aún más el resultado electoral de los socialistas, no solo por la deriva que lleva el partido desde que perdió las elecciones hace cinco años, sino también por la crisis interna, agravada notablemente por los últimos episodios de su particular juego de tronos.

La fuerte discusión en el comité federal sobre la postura a adoptar muestra abiertamente que no todos están de acuerdo con la decisión de abstenerse e incluso con el diagnóstico de una pérdida mayor de escaños. Los que han quedado en minoría esgrimen dos razones de peso para justificar su posición. Una, la necesaria lealtad con el electorado que les votó, al que prometieron que, de ganar el PP, no contribuirían a que Rajoy fuese investido presidente. Aun a riesgo de cosechar un peor resultado electoral, prefieren aparecer de pie ante los ciudadanos, sin haber hincado la rodilla por temor a unos nuevos comicios, y orgullosos de no haber permitido que siga gobernando un partido corrupto. La otra es que esta posición de firmeza y coherencia podría incluso ser rentable en unas terceras elecciones, si los ciudadanos decidiesen compensar ese esfuerzo por no defraudar la promesa hecha.

Sin embargo, una vez que la mayoría del comité federal se decantó por una polémica abstención, lo lógico será minimizar los daños al partido y a sus votantes. Esto significa que la abstención debería ser técnica, tal como propone Iceta; o sea, que se abstengan únicamente los diputados socialistas necesarios para que no haya elecciones. Insistir como hace Javier Fernández en que el acuerdo del comité es un mandato imperativo que todo el grupo parlamentario debe cumplir es una torpeza de difícil explicación, salvo que se quiera hacer más sangre en el partido. Parece que en esa dirección se va cuando se pone de portavoz a Antonio Hernando, a mayor humillación de Pedro Sánchez. Solo un miserable puede prestarse a ese papelón.

Es cierto que abstenerse no es lo mismo que votar a favor de Rajoy, aunque a nadie se le escapa el efecto reflejo que provoca en la investidura. Pero en la misma línea argumental hay que decir que tampoco es lo mismo abstenerse que votar en contra y, en principio, lo más coherente con el programa electoral socialista es votar en contra de un gobierno del PP, no abstenerse. La prueba está en que en primera votación todos los diputados socialistas votaron no a Rajoy. Por eso sorprende escuchar a los barones del PSOE manifestar sin rubor que la abstención no les produce urticaria; quizá sorprende menos, si se recuerda la nula sensibilidad política (y personal) mostrada por ellos en el asalto a sus compañeros de la ejecutiva.

Si el comité federal concluyó que hay que optar por la abstención como mal menor, lo razonable será reducir al máximo la incoherencia que ello entraña, sabiendo además la consecuencia que conlleva, y procurar que las abstenciones procedentes de las bancadas socialistas sean las imprescindibles para evitar nuevas elecciones. Ello permitiría al grueso del grupo parlamentario socialista seguir siendo fiel a la regla general, votando no a Rajoy también en la segunda votación. De este modo, se podría preservar en la medida de lo posible el discurso de la campaña electoral contrario a un gobierno del PP y se evitaría convertir la medida excepcional de abstenerse en un criterio general de disciplina del partido.

Por otra parte, el empeño en obligar a todos los diputados socialistas a abstenerse carece de eficacia, ya que no existe para los diputados mandato imperativo y algunos ya han manifestado que votarán en contra, haya o no sanciones del partido. Además, avalar indirectamente a Rajoy con mucha más abstención de la necesaria solo tiene efectos negativos y de alcance impredecible; causará una grave división en el grupo parlamentario, que repercutirá en la propia organización del partido y en su militancia, y creará una importante desconfianza y desafección entre sus votantes.

El problema del PSOE no es evitar ahora las urnas, sino cómo va a llegar a las próximas elecciones, que seguramente serán antes de cuatro años, y con qué discurso. El de Iceta podría resistir la prueba con dignidad. El de los barones del partido no, porque es difícil convencer al electorado de que la almohada es para los pies, salvo que dé votos cantar en los mítines Susanita tiene un ratón.

*Catedrático de Derecho Constitucional