De todos los calificativos con los que Rajoy acompañó ayer la palabra Gobierno, su preferido es "previsible". Además de "duradero, estable, sólido y viable" el presidente que aspira a renovar el cargo intentará ser fiel a su línea plana, sin sorpresas. Para empezar, la disposición abierta y dialogante que, según dejó constancia Rajoy, marcará el día a día del nuevo Ejecutivo es una disposición previsible con un grupo parlamentario tan exiguo que no garantiza la gobernabilidad.

Falta saber si ese allanarse ante la oposición, para que la legislatura a punto de desbloquearse no prolongue el tiempo estéril del que, en apariencia, estamos saliendo, es solo una necesidad impuesta por las circunstancias o va a tener peso auténtico en la acción política del PP a partir de ahora.

La composición del nuevo Gobierno será la auténtica declaración de principios de lo que podemos esperar de Rajoy y servirá para validar el grado de retórica que hay en lo escuchado ayer.

En su previsibilidad, el presidente a punto de perder la coletilla de "en funciones", viene rodeándose de un grupo reducido y bien conocido, en el que se entrecruzan los vínculos personales y los políticos. Su resistencia a los cambios en el gabinete ha generado ministros muy duraderos, incluso a costa del desgaste producido por hechos que, con un mayor refinamiento democrático, habrían desatado una profunda crisis de Gobierno. Por eso para aquilatar la disposición de Rajoy al cambio habrá que esperar a conocer la composición de su Ejecutivo y comprobar si sigue en él alguien como Jorge Fernández Díaz, sorprendido en unas conversaciones zafias en lo político e inaceptables en un demócrata. El Rajoy previsible se inclinaría por conservar cerca a su leal y viejo compañero. El que quizá nos sorprenda dará pruebas fehacientes de que asume el tiempo nuevo si deja al amigo en casa.