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Joaquín Rábago.

En el corazón de Europa

Una pequeña región en el corazón de Europa, Valonia, ha demostrado lo que puede hacer un Parlamento que se toma a sí mismo en serio.

El pasado 14 de octubre, los legisladores de esa región francófona de Bélgica dijeron "no" al tratado de comercio negociado por la Unión Europea y Canadá.

Temen, como muchos otros críticos de esos acuerdos, que sirva para rebajar los estándares laborales, medioambientales y sociales en la UE por más que Canadá no es lo mismo que Estados Unidos.

Con anterioridad, el Tribunal Constitucional alemán había rechazado un recurso contra el CETA, como se conoce por sus siglas inglesas, presentado por 190.000 ciudadanos, aunque introdujo una serie de limitaciones a su aplicación.

Los jueces de Karlsruhe autorizaron provisionalmente las partes del tratado que son competencia de la Comisión Europea, excluyendo aquellas otras que competen al país como las relativas a la propiedad intelectual, el tráfico marítimo o la solución de disputas.

Además conminaron al Gobierno a firmar solo si se garantiza que Alemania podrá salirse eventualmente del mismo si sufre modificaciones más adelante que se consideren inconstitucionales.

Uno de los puntos más polémicos del tratado comercial es el relativo a los tribunales internacionales que permiten a los inversores demandar a un Estado al margen de la jurisprudencia nacional.

Es lo que más temen precisamente los activistas contra la globalización neoliberal, que incluyen a fuerzas situadas tanto en la izquierda como en la derecha del espectro político.

Para unos, el recurso a ese tipo de tribunales representa una erosión de la democracia; para otros, es una intolerable invasión de la soberanía nacional.

No convence a los críticos el hecho de que, tras la oposición popular en algunos países, los negociadores europeos hayan conseguido darles algo más de transparencia.

Las dificultades que ha encontrado a última hora el CETA, cuya suerte se decidirá en una cumbre UE-Canadá este jueves, auguran en cualquier caso lo peor para el TTIP con Estados Unidos, mucho más invasivo que el canadiense.

Los defensores de esos tratados argumentan que contribuyen a generar crecimiento y riqueza aunque reconocen que, como en todo, habrá ganadores y perdedores.

El problema es que los ganadores, incluidas las grandes multinacionales y la poderosa agroindustria, serán como siempre los mismos.

Y los perdedores, al menos en Europa, serían, entre otros, las pequeñas explotaciones agrarias, que tendrían que competir en condiciones de desigualdad con las importaciones cárnicas canadienses.

De pérdidas sabe por cierto mucho Valonia, que ha visto hundirse su minería y su sector siderúrgico por la competencia, entre otros, del acero chino.

Y mientras en el corazón de Europa se debaten con pasión los pros y los contras del CETA o del TTIP, que nos afectarán también a nosotros, aquí los partidos siguen a lo suyo: enzarzados en sus luchas de poder.

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