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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Los coches de Rita Barberá

A doña Rita Barberá, que fue alcaldesa de Valencia durante 24 años, ha debido mirarla un tuerto (no sabemos todavía si de su antiguo partido o de otro) porque en los últimos tiempos se ha convertido en una apestada política con la que nadie quiere trato. Un influjo maléfico que se extiende a los objetos con los que tuvo alguna clase de roce.

El viernes pasado, por ejemplo, se supo que coincidiendo con su citación ante el Tribunal Supremo para ser interrogada sobre una supuesta implicación en un caso de blanqueo de dinero negro, había quedado desierta la subasta de los dos automóviles que solía utilizar durante su etapa al frente del ayuntamiento. El nuevo alcalde de la ciudad, Joan Ribó, un ciclista vocacional, desistió de usarlos para los desplazamientos oficiales y los sacó a la venta con importantes descuentos. Uno de ellos, un Audi blindado, que se compró en 2004 por casi 270.000 euros, salió en oferta por algo menos de 15.000. Y otro de la misma marca y modelo, aunque sin blindaje, adquirido en el año 2008 por 37.000 euros, se intentó subastar por 18.000 euros.

Empeño inútil. Nadie se presentó a la subasta y ahora el Ayuntamiento se encuentra ante el dilema de intentar una negociación comercial para librarse de ellos o entregarlos al desguace, lo que sería un derroche porque los vehículos están en buen estado, tuvieron durante su etapa de servicio un óptimo mantenimiento por los mecánicos en plantilla y todavía pudieran rendir servicio.

Entiendo que, por parte del nuevo Ayuntamiento, se quiera marcar simbólicamente una ruptura con una etapa política caracterizada por la corrupción, pero eso poco tiene que ver con la utilización de aquellos bienes del patrimonio municipal que fueran adquiridos por la anterior corporación. Llevar ese elogiable propósito de regeneración ética a su extremo nos obligaría a sacar de la circulación y poner en subasta los muebles del despacho que utilizó la señora Barberá y cualesquiera otros objetos inanimados que hubiere rozado ella o algunos de los supuestamente corruptos compañeros de corporación. Y ya no digamos si la "operación renove" se extiende a los aseos municipales. Cambiar toda esa loza no sería barato.

El paso de doña Rita por la casa consistorial valenciana propició no pocos episodios grotescos pero reveladores de una forma muy peculiar de entender el ejercicio del poder político. En 2012, por ejemplo, supimos que la alcaldesa tenía aparcado su coche particular, un viejo Lancia Delta, desde hacía 21 años en los garajes municipales sin pagar un euro por ello. Un automóvil, por cierto, que constituía su única propiedad, junto con un modesto paquete de acciones, según se deducía de su declaración de bienes.

Al margen de todo ello, no deja de ser curiosa la relación que se ha establecido, en este caso y en otros, entre la corrupción política y la utilización de vehículos de la marca Audi. Como si esos vehículos, muy buenos y muy fiables en el aspecto técnico, fueran signos externos de prácticas poco claras. Todos recordaremos que, en Galicia, el entonces presidente Touriño fue objeto de una feroz campaña de desprestigio por usar unos vehículos de esa marca. Bastantes de los cuales, por cierto, habían sido adquiridos por su predecesor Fraga Iribarne. Luego, Feijóo ordenó subastarlos como si estuvieran malditos.

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