Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Camilo José Cela Conde.

IMPRESIONES OTOÑALES

Camilo José Cela Conde

Cromosoma Y

Esta semana he leído una noticia en verdad tremenda. Si en los Estados Unidos de América siguiera en pie la ley electoral vigente antes de 1920, Donald Trump ganaría de calle la batalla por la presidencia. La razón de que sea así obedece a que hasta ese año sólo los hombres tenían derecho al voto y, de acuerdo con las encuestas más fiables de ahora mismo, las preferencias en las urnas de los varones estadounidenses conceden al candidato Trump cinco puntos de ventaja. Son las mujeres las que compensan la balanza decantándose de manera clara por Hillary Clinton.

Siento vergüenza de pertenecer al sexo masculino. El cromosoma Y -el único de toda la dotación genética que distingue a los varones de las mujeres- es, como se sabe, muy pequeño pero el disponer de él parece llevar hacia tendencias, al menos políticas, difíciles de entender. No sé si los mismos estudios de preferencia relacionada con el sexo se han hecho también en otros países pero el ejemplo norteamericano basta para que a los hombres nos aparezcan los colores en el rostro. Se mire como se mire, Donald Trump es una amenaza no sólo para el sentido común y la decencia sino un peligro notorio habida cuenta de que el inquilino del despacho oval de la Casa Blanca dispone de competencias suficientes para iniciar una guerra nuclear. Su inteligencia, por otra parte, queda de sobras indicada sin más que oír las ocurrencias que salen de su boca cada vez que alguien le dice que va a perder las elecciones. Por no entrar en las denuncias que ha recibido de mujeres a las que sometió al acoso sexual; un solo caso bastaría, pero resulta que cada vez salen más a la luz. Así que optar por votarle sólo se entiende en términos comparativos: porque la alternativa suponga algo aún peor. Pero Hillary Clinton ha sido, al margen de primera dama, secretaria de Estado con Barack Obama y, por más que queda echarle en cara irregularidades en la fundación que comparte con su marido, se encuentra varios años luz por encima de Trump en términos de experiencia y, ya que estamos, de raciocinio. La única razón que existe para elegir la papeleta del patoso Donald es que Hillary Clinton es una mujer.

A veces me he servido de la broma derivada de la constatación de las diferencias genéticas que existen entre los chimpancés y los seres humanos. Son de alrededor de un 1% pero esa mínima cifra da paso a muy notorias distinciones tanto en el fenotipo como en el comportamiento. Pues bien, los humanos tenemos 46 cromosomas y uno de ellos, el sexual, es diferente entre mujeres y hombres. Así que, si no he hecho mal el cálculo, ese detalle lleva a que los dos sexos nos separemos en algo más del 2%. Si la grosería reduccionista de la broma se lleva hasta las últimas consecuencias, resultaría que entre mujeres y hombres hay el doble de diferencias que las que separan nuestra especie de los chimpancés. Con la duda ahora de a quién hay que atribuir la condición simiesca. Bueno; eso es lo que separa el feminismo radical de la misoginia militante, ¿no? Pero, ¡ay!, las evidencias cantan. Antes de que saliesen las encuestas de la intención de voto en los Estados Unidos los varones podíamos acogernos al beneficio de la duda. Ahora, ya no. La preferencia por Trump deja bien claro quiénes somos los que nos movemos a cuatro patas, carecemos de lenguaje articulado y usamos el despioje como herramienta de relación social.

Compartir el artículo

stats