Cuando le admitieron en el Salón de la Fama del Rock and Roll, Leonard Cohen, después de la encomiástica introducción de Lou Reed, quiso recordar a todos los presentes una "declaración profética" realizada por el crítico musical Jon Landau a comienzos de los años setenta que resultó ser muy apropiada para la ocasión: "He visto el futuro del Rock and Roll y no es Leonard Cohen". El cantautor canadiense estaba manipulando jocosamente la cita de Landau, quien, en verdad, había afirmado lo siguiente: "He visto el futuro del Rock and Roll y su nombre es Bruce Springsteen". Hace pocos días, mientras presentaba en una rueda de prensa su último disco, You Want It Darker, Cohen, al ser preguntado sobre la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, dijo que otorgarle el galardón al autor de Like a Rolling Stone era como "ponerle una medalla al Everest". Resulta que Leonard Cohen parece interpretar los premios y los reconocimientos como lo que en realidad son: una colección de simpáticas ironías que nos regala la Historia.

La polémica que suscita el Premio Nobel de Literatura de este año se basa a simple vista en el hecho de que el laureado es supuestamente un músico y no un escritor. Es decir, a los discrepantes, quienes no se atreven a quitarle mérito literario al cantante, pues es él quien escribe sus canciones, lo que realmente les preocupa es la mezcla de especialidades y, básicamente, denuncian un intrusismo. Los literatos con los literatos y los cantautores con los cantautores, reclaman con ansiedad los improvisados guardianes del canon. Aunque bajo esta demandada segregación, por supuesto, subyace otro debate mucho más profundo. Algunos opinan que existe una "alta" cultura y una "baja" cultura. Y que no ser capaces de distinguirlas no es más que un síntoma más de la decadencia que padecen nuestras sociedades occidentales. No es lo mismo hablar de Johann Sebastian Bach que de Van Morrison, de las novelas de Hemingway que de los comics de Stan Lee, de Centauros del desierto que de Twin Peaks.

Lo que llama la atención de esta discusión es que la mayor parte de los que se niegan a incluir a Bob Dylan en la categoría "Literatura" tienden a ensalzar mucho más sus letras que su música. Ninguno arguye que, en términos de calidad, las melodías de Blowin' in the Wind, Mr. Tambourine Man o If You See Her, Say Hello superan al contenido o la lírica que estas exponen. Por lo tanto, todo parece reducirse de nuevo a una cuestión del formato. En los últimos años hemos visto cómo las grandes obras maestras del séptimo arte se hacían para la televisión (The Sopranos, The Wire, The West Wing, Mad Men, Breaking Bad, etcétera) y cómo las novelas gráficas (Maus) ganaban Premios Pulitzer de periodismo. Esto ocurre no solo porque lo relevante son las narraciones y no el medio por el que estas se trasmiten, sino también porque el tan estigmatizado público, cuando se le proporciona más acceso a la cultura, puede explorar nuevas creaciones en todo tipo de lenguajes, estilos y caudales. Los miembros de la Academia Sueca no reconocen ni oficializan con ese premio que los tiempos están cambiando; son los tiempos los que los han cambiado a ellos.