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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Ferrol y la inepcia fernandina

Viajé a Ferrol -la ciudad que trazaron los Borbones- para visitar el museo de la Construcción Naval y la exposición sobre la llamada Escuela Obrera. Vamos en tres coches porque el tren tiene un horario inconveniente para nuestro propósito y aunque atraviesa hermosos parajes (Betanzos, Pontedeume, Neda...) el recorrido dura más del doble de lo que nos lleva hacerlo por la autopista. A 50 kilómetros de media y parando en 14 apeaderos, la elección no es dudosa. La marginación ferroviaria de Ferrol es seguramente una de las causas de su decadencia y habría que reprocharle a las autoridades del Estado que siendo el propio Estado el que dio un impulso vigoroso al desarrollo industrial de la ciudad no haya perseverado en la tarea.

Los primeros monarcas de la dinastía borbónica, Fernando VI y Carlos III, hicieron mucho por Ferrol, pero los últimos, desde Fernando VII, no hicieron nada de relieve salvo participar en actos protocolarios y asistir a botaduras con traje de gala. ("Ferrol cae en modorra de siesta bajo la inepcia fernandina", escribió José María Castroviejo en su Galicia, Guía espiritual de una tierra que editó Espasa Calpe allá por el año 1960). No soy un experto en planificación del territorio, pero no creo que pudiera calificarse de disparate haber dedicado un pellizco del enorme presupuesto que se despilfarró en obras innecesarias (aeropuertos peatonales, ciudades de la cultura, etc.) a dar una solución razonable a la conexión ferroviaria de Ferrol con las localidades vecinas y con el resto de la nación.

Es lamentable que desde que se inauguró la línea en mayo de 1913 no se hayan vuelto a realizar en ella las obras de adecuación que demanda el siglo. De todas estas cosas, y de otras, íbamos hablando en el coche donde yo viajaba a medida que nos acercábamos al arrabal ferrolano. No había vuelto a entrar en las instalaciones de la Marina desde que siendo escolar nos llevó a visitarlas el director de mi colegio, Carlos Seoane, que era ferrolano. Y la segunda impresión confirma la primera. Las enormes dimensiones de lo que son capaces de fabricar decenas de hombres comparativamente más pequeños nos trae a la memoria algún episodio de las aventuras de Gulliver pero sin Gulliver. La visita fue muy instructiva, aunque quienes más la disfrutaron fueron los viajeros con formación arquitectónica o de ingeniería. Le pidieron todo tipo de explicaciones a la guía que nos acompañaba y se entretuvieron observando detalles de los antiguos procesos de construcción naval que todavía maravillan por su precisión y minuciosidad, como el alzado a mano.

Pero especialmente emotiva resultó la exposición sobre la llamada Escuela Obrera, aquella institución benemérita en la que se adiestraba a los hijos de los obreros para encontrar un trabajo parecido al que desempeñaban sus padres. Fue un antecedente de los estudios de Formación Profesional y se desarrolló en dos etapas. Una antes de la Guerra civil, más liberal y progresista, y otra después con los Hermanos de La Salle (o de las Escuelas Cristianas) esos que se definen a sí mismos como "religiosos educadores". En el inicio de la década de los 70, un bárbaro que dirigía el astillero ordenó la demolición del espléndido edificio que la albergaba para hacer un aparcamiento.

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