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Decía Adam Smith que el precio de las cosas lo fija de manera automática una mano invisible que es la del mercado. Pero eso sucede solo en términos estadísticos, la única forma real que existe de aparición del mercado. Si una venta es única, su precio deja de estar regulado por la mano invisible y queda en poder de otras del todo identificables: las del comprador y el vendedor. El acuerdo al que lleguen será el precio del bien que se transmite.

Tan claro es el mecanismo que quienes pactan un precio de compraventa y no quieren que se conozca han de ocultarse de la vista pública. Así sucede con los vendedores de esmeraldas de Bogotá que hacen sus negocios en la calle, cerca del Museo del Oro. Si el precio de este, del oro, es materia que se divulga en las Bolsas de todo el mundo, el de las esmeraldas callejeras de Bogotá solo lo conocen quien las compra y quien las vende.

La política se nos ha vuelto ha vuelto de golpe un mercadeo que habría fascinado a Adam Smith. La investidura pendiente de presidente del Gobierno, por ejemplo, pertenece al segundo orden de los mecanismos de fijación de los precios porque no hay una multitud de operaciones que permitan conocer su valor de mercado. Pero en contra de lo que sucede con las esmeraldas en la calle, el regateo se produce a la vista de todo el mundo e incluso sirve de propaganda. Con el "no es no" de Pedro Sánchez el valor de la abstención se había puesto por las nubes porque no se daba la norma esencial de que están de acuerdo quien compra y quien vende. Verdad es que averiguar qué ofrece Mariano Rajoy resulta tan difícil como comprobar si una ameba se sabe la tabla del nueve pero se intuía de que el Partido Popular habría ofrecido el oro y el moro a cambio de un puñado de abstenciones: once, en concreto.

Todo ha cambiado tras la catástrofe del Comité Federal socialista, la caída de Sánchez y la puesta en marcha de una comisión gestora para decidir lo que hará el PSOE. De pronto salen rumores, filtrados a ciencia cierta e incluso apuntalados desde las declaraciones semioficiales, de que ahora el PP ya no ofrece nada a cambio de la abstención sino que, muy al contrario exige el apoyo a los presupuestos. Eso vendría a ser como que fueses a vender una esmeralda en las calles de Bogotá y el comprador te pidiera que se la dieses añadiendo, de paso, un fajo de billetes a cambio de que se la quede. Pero lo que puede parecer un disparate no lo es. Se trata del mismo procedimiento que lleva a cualquier transacción: depende esta de la voluntad de hacerla. Rajoy husmea que los socialistas harían cualquier cosa con tal de no ir a nuevas elecciones y clava el colmillo en la yugular. Es, como digo, natural y comprensible en términos de mercado pero cuadra mal con las declaraciones rimbombantes sobre las cuestiones de Estado y cómo defenderlas. A los socialistas se les puede pedir ahora casi cualquier cosa. Lo que es más difícil es hacer pasar eso por un compromiso y un deber con los ciudadanos.

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