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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Fascinación por la obscenidad

La posibilidad de que un personaje soez, deslenguado, machista y además multimillonario, como Donald Trump, acceda por votación a la presidencia del país militarmente más poderoso del mundo ha puesto en alerta a las élites gobernantes de Estados Unidos, incluidos destacados miembros del Partido Republicano.

Estos últimos han visto, con asombro, como todos los candidatos participantes en la carrera electoral por ese partido fueron superados sucesivamente por la fuerza arrolladora del magnate cuyo único mérito, aparte de su dinero, parece ser una habilidad especial para decirle a la gente lo que aparentemente quiere oír, aunque esto sea muy desagradable.

Nadie apostaba un dólar por el triunfo de Trump en la nominación, pero para sorpresa de sociólogos, politólogos, encuestadores y demás especialistas en tomar el pulso a la opinión pública, el multimillonario sorteó todos los obstáculos y salvo una muy improbable renuncia o un trágico accidente, se presentará a las elecciones presidenciales como candidato oficial del partido republicano, para disputarle la victoria a la señora Clinton.

La filtración interesada de vídeos sobre pasadas declaraciones de Trump, casi todas escandalosas, se suceden y la última de ellas permite retratarlo como un zafio acosador de mujeres a las que da un trato rufianesco. El magnate reaccionó a la revelación con mal estilo y ha calificado a la señora Clinton de encubrir comportamientos sexuales supuestamente delictivos de su marido, resucitando el caso Levinsky y algún otro que no tuvo la misma repercusión mediática en aquel tiempo.

El espectáculo de dos candidatos a ocupar la Casa Blanca enzarzados en una discusión propia de un "barrio chino", resulta deprimente, pero ocupa amplios espacios en los medios. La reflexión sobre la bárbara obscenidad de Trump, y sobre el peligro que supondría su ascenso a la presidencia está hecha y hay una coincidencia casi general en abominar de esa posibilidad. Al fin y al cabo, el siglo XX conoció (y padeció) el ascenso al poder por medios democráticos de personajes nefastos como Hitler o Mussolini. Pero, en cambio, nada se dice sobre la condición moral de una población que facilita con sus votos esa salida.

La fascinación que por individuos de esas características siente una parte no pequeña de la ciudadanía, ha sido objeto de importantes estudios psiquiátricos a posteriori pero, que yo sepa, nunca han impedido que el fenómeno se reproduzca.

En España, tuvimos el caso de don Jesús Gil que fundó un partido para hacer negocio con el urbanismo especulativo. Ocupó rápidamente, y con gran apoyo popular, las alcaldías de varias localidades turísticas de la Costa del Sol y luego, en vista del éxito, saltó al norte de África para conseguir la presidencia de las estratégicas ciudades de Ceuta y Melilla. Hasta que el PSOE y el PP, alertados del peligro, se pusieron de acuerdo para cortar la expansión de aquella plaga populista.

Lo que sí parece claro es que nada crece si no encuentra tierra abonada. El muy riguroso historiador español Josep Quintana, en su libro Por el bien del imperio, nos proporciona el dato revelador de una encuesta de 2010 según la cual el 78,5% de los norteamericanos desconfiaban de la teoría de la evolución, un 40% creían que Dios había creado el mundo hace 10.000 años y que los humanos convivieron con los dinosaurios.

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