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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Menos mal que nos queda China

Un magnate chino del comercio acaba de comprarle a Steven Spielberg parte de su productora, aunque por aquí se hable más de la próxima adquisición del Real Club Celta. Es lo mismo, en realidad. Tanto da si se trata de películas, de clubes de fútbol, de fábricas o de astilleros, los chinos van comprando el mundo sin prisa, sin pausa y con la tradicional discreción que los caracteriza. Menos mal que nos queda China para un apuro de cuartos.

Desde que el Pequeño Timonel Deng Xiaoping decretó la conversión del país al "socialismo de mercado" allá por los años ochenta, la República Popular fundada por Mao no ha parado de crecer hasta convertirse en la segunda o acaso ya la primera economía del mundo. Decía Xiaoping que enriquecerse "es glorioso" y los chinos han aplicado el lema al pie de la letra con los felices resultados que se observan.

Ese milagro económico obró entre otros prodigios la fabricación de espárragos de Navarra y pimientos del piquillo made in Pekín; aunque quizá convenga ir más allá de la anécdota.

Lo importante, en realidad, es que China empezó a facturar también millonarios que ahora pueblan la lista de potentados de Forbes y salen por ahí de compras con dinero fresco. La diferencia con un comprador de a pie es que en lugar de adquirir un ordenador se hacen con la fábrica que los produce; y en lugar de alquilar una habitación de hotel, preguntan cuánto cuesta y se lo quedan.

Los que sienten afición por el fútbol no dudan en comprar el Inter, el Milán y el Aston Villa o, más modestamente, el Celta, el Espanyol y el Granada. Los devotos del cine invierten a su vez el dinero en productoras de tanto fuste como la de Spielberg para distribuir sus películas en el colosal mercado chino. En el fondo no dejan de seguir, en la práctica, las teorías sobre la acumulación del capital a las que hacía referencia Carlos Marx; aunque quizá no en el sentido que este le daba al concepto.

Tras convertirse en la fábrica del mundo, China ha pasado a ser ahora uno de los principales compradores, de modo que los chinos están un poco por todas partes. Hay quien ve este proceso con aprensión; pero quizá se trate de una buena noticia, dentro de lo posible.

A diferencia de lo que ocurre en otros países, los dirigentes de la República Popular inventora del social-capitalismo son gente práctica que sabe ponerle una vela a Dios y otra al demonio. Fue así como los herederos de Mao Tse Tung mantuvieron la denominación de origen comunista a la vez que convertían a su país en el mayor emporio capitalista de la historia.

Esa capacidad de adaptarse a las circunstancias, levemente inspirada en la filosofía de Confucio, es lo que más tranquiliza de los chinos. Lejos de caer en tentaciones belicistas típicas de los imperios, han optado por la vieja sabiduría del país hasta llegar a la convicción de que las conquistas son ya de orden económico y no militar a estas alturas del tercer milenio.

Aunque cuenten entre sus glorias nacionales con un estratega de la talla de Sun Tzu, lo suyo es confiar desde antiguo en las virtudes del comercio: esa forma civilizada de relación entre las naciones que tan ventajosamente sustituye a la guerra. Tal es, probablemente, la razón de que se hayan puesto a comprarlo todo. Sin obligar a nadie.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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