Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tercer ojo

En cierta ocasión, al presentar una canción durante un concierto (la maravillosa Chelsea Hotel No. 2), Leonard Cohen comentó que había escrito la canción tras un encuentro fortuito con Janis Joplin, en el Chelsea Hotel de Nueva York, justo cuando estaba buscando a... Brigitte Bardot. La referencia a Brigitte Bardot era una broma evidente, claro está -Cohen tiene un envidiable sentido del humor-, y cualquier persona con cierta capacidad deductiva debería haberse dado cuenta enseguida. Pero el problema es que esa broma se tomó como una verdad y ahora se ha difundido por Internet, hasta el punto de que mucha gente la da por un hecho indiscutible: Leonard Cohen había quedado con Brigitte Bardot en el Chelsea Hotel el día que encontró a Janis Joplin, encuentro que terminó en una escena amorosa y le permitió componer Chelsea Hotel (en un bar polinesio y sobre una servilleta, según contaría Cohen en otra ocasión).

He leído este "cameo" (llamémosle así) de Brigitte Bardot en varios sitios, y no eran blogs de frikies, no, sino artículos serios y libros escritos por especialistas. Por lo visto, a nadie se le ocurrió pensar que Leonard Cohen bromeaba cuando contó la anécdota, cosa de la que se arrepintió, por cierto, porque más tarde dijo que nunca debería haber revelado quién era la protagonista de aquel encuentro amoroso en el hotel Chelsea: aquello solo era un asunto privado que no importaba a nadie. Y además, y eso es aún más grave, a nadie se le ocurrió pensar que Brigitte Bardot no era la clase de persona que se hospedase en el Chelsea Hotel de los años 60, un lugar que le hubiera parecido un antro de yonquis y degenerados (y no le faltaría razón). De hecho, la búsqueda Brigitte Bardot/Chelsea Hotel en Google solo lleva a la canción de Cohen. No hay fotos ni referencias de ninguna clase, lo que hace pensar que Brigitte Bardot nunca llegó a poner los pies en ese hotel, ahora ya cerrado. En la entrada llegué a ver una placa que recordaba a Cohen -"Poet, novelist, singersongwriter"- y que citaba la canción que lleva el nombre del hotel. Por supuesto, saqué el móvil y le hice una foto a la placa. Cuando la hice no existía Whatsapp, pero si hubiera existido, enseguida habría mandado la foto a unos cuantos amigos que aman las canciones de Cohen.

Y eso nos lleva a un peligro aún mayor que los errores y embelecos que nos tragamos a través de Internet. Desde que tenemos móviles con cámara, ese tercer ojo mecánico se ha convertido en una prótesis que no somos capaces de dejar ni un momento. Vayamos a donde vayamos, ahí está el móvil, siempre a nuestro lado. Y por supuesto, también en las habitaciones de hotel y en los encuentros amorosos. En realidad, la mayoría de escenas amorosas de nuestra época no están protagonizadas por dos personas, sino que en sentido estricto se trata de tríos, o incluso cuartetos, porque siempre hay que contar con la presencia de al menos uno o los dos móviles de los protagonistas. Y esos móviles tienen la extraña costumbre de excitarse y perder la cabeza igual que les pasa a sus dueños. Pensemos, si no, en esos cinco bestias que este verano filmaron una violación en grupo en un portal de Pamplona. A nadie se le ocurrió pensar que estaban dejando una prueba de cargo de un delito muy grave (ahora mismo están en la cárcel), sino que todos pensaron que aquello era lo más divertido que podían hacer.

Cuando Leonard Cohen y Janis Joplin se encontraron en el Chelsea Hotel no existía nada parecido a un móvil con cámara. Y por lo demás, muy poca gente se metía con una cámara de fotos en una habitación de hotel, porque una cámara era un artilugio que perturbaba la intimidad en vez de sacralizarla o hacerla verdaderamente real, como parece ocurrir ahora. Hacia 1968 o 69, una historia de amor en un hotel era un asunto privado que a nadie importaba, aparte de sus protagonistas y sus parejas o familias, si las tenían. Hoy en día, en cambio, casi nadie se resiste a hacer fotos íntimas o selfies comprometedores, porque de algún modo creemos que nada es real si no está siendo registrado o filmado (o incluso difundido por la red). En cierta forma hemos sufrido una regresión que nos devuelve a la prehistoria, cuando los hombres de las cavernas, al pintar un bisonte en una cueva, creían que también lo estaban cazando y poseyendo y protegiéndose de él. Y de nuevo nos posee la magia prehistórica, que nos hace creer dueños de las personas que grabamos, y no solo dueños de su cuerpo, sino de su alma y de su voluntad. Solo así se explica lo que les ha pasado a los dos futbolistas del Éibar, uno mallorquín y el otro menorquín, por cierto. No sé si fueron ellos los que difundieron el famoso vídeo erótico, pero en cualquier caso deberían habérselo pensado un poco antes de grabarlo. ¿O no?

Compartir el artículo

stats