Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Historia

Apuntes sobre la Guerra de la Independencia en Galicia

Un aspecto previo que hay que tener presente al hablar de la Guerra de la Independencia es que, cuando ésta se inicia, España es aliada de Francia y que muchas de las más importantes unidades militares españolas estaban fuera de nuestras fronteras como tropas de apoyo a las imperiales (como las mandadas por el marqués de la Romana que estaban en la lejana Dinamarca) y que, desde octubre de 1807 con la firma del Tratado de Fontainebleau, se aceptó ayudar en la intervención de Portugal y que el ejército imperial entrara en España sin ninguna restricción.

A pesar de todo, lo más importante de la situación previa al comienzo de las hostilidades va a ser la división y rivalidad por el poder entre los partidarios de Carlos IV y Godoy por un lado, y los descontentos de la nobleza, ejército, clero, etc. por otro que conspiraban en torno a Fernando. El Complot de El Escorial en octubre de 1807 y el motín de Aranjuez cinco meses después son la mejor muestra de la crisis política existente en España. A todo esto, Napoleón procuraba hacerse querer por unos y otros (que en el caso de Fernando llegaba hasta la petición reiterada de éste de casar con una Bonaparte) con los ojos puestos en la incorporación al Imperio de la Península Ibérica y sus riquezas coloniales. Y efectivamente, Napoleón consiguió fácilmente que toda la familia real abandonara España para presentarse en Bayona, que se le reconociera como mediador y que, finalmente, tanto Carlos como Fernando abdicaran oficialmente en su favor. El Emperador pudo así designar a su hermano José -hasta entonces rey de Nápoles- como nuevo monarca español.

"Habrá gritos y lágrimas" (había adelantado Napoleón a Talleyrand cuando esto sucediera) "Pero esta gente no es nada?" (decía, despreciativo, Napoleón) "¡País de monjes y curas, que precisa una revolución!". Y, efectivamente, para granjearse el apoyo de los españoles reformistas trató de introducir amplias reformas administrativas basadas en un texto fundamental que sería el Estatuto o Constitución de Bayona.

En este tema de Bayona tuvo una importancia capital el obispo de Ourense D. Pedro de Quevedo, no sólo a nivel de Galicia sino en toda España, porque fue el primer "sublevado antifrancés" desde el punto de vista ideológico ante la opinión pública.

Pese a la frase anterior de "país de monjes y curas que precisa una revolución", Napoleón tenía una idea muy positiva de las potencialidades que, con una buena administración, podía ofrecer España. Después de que, en mayo de 1808, abdicara Fernando VII, Napoleón escribió a su hermano José una carta en la que le decía :"La nación, por medio del Consejo Supremo de Castilla, me pide un rey. Es a vos a quien destino esa Corona? España no es como el reino de Nápoles. Se trata de 11 millones de habitantes, más de 150 millones de ingresos, sin contar con las inmensas rentas y las posesiones de todas las Américas? (y) estando en Madrid, estáis en Francia; Nápoles es el fin del mundo?"

En realidad, la diplomacia francesa de la época pensaba que la España estaba a diez mil leguas de la Europa y a diez centurias del siglo decimoctavo por su desigualdad social, corrupción, despotismo, incultura, su mezcla de abulia y fanatismo, etc. atraso general que se achacaba, en buena parte, a la pérdida de su dinastía autóctona (la de Isabel y Fernando) y su sustitución por la de Austria primero y luego la de Borbón que, en vez de preocuparse por los intereses auténticos del país la embarcaron en aventuras internacionales de oscuros manejos dinásticos, verdadera causa del interminable expolio, tanto de las riquezas nacionales como del caudaloso río de metales preciosos procedentes de las Indias que era reexpedido sin desembalar hasta los sótanos de los banqueros centroeuropeos.

Vistos desde una Francia vecina mucho más adelantada económica, social, política y culturalmente (a estas alturas el 75% de los franceses sabía leer y escribir, mientras el 85% de los españoles eran analfabetos), que desde la revolución había dado un salto adelante en el sentido civil y laico de la vida privada y social, los españoles parecían gentes que no les importaba mucho su pobreza, su incultura, ni su libertad y que estaban dominados por los curas y la nobleza. En este desprecio general se llevaba la palma (y no sin alguna razón) la familia real. A tenor de los informes que le llegaban desde su Embajada en Madrid (seguramente el centro de decisiones políticas más importante de la Corte), Napoleón consideraba al rey Carlos IV como un perfecto inútil, al todopoderoso Godoy como un tipo rastrero y cobarde, y al Príncipe de Asturias como un simplón falto de carácter a quien Godoy mantenía alejado de todo. La carta secreta, ridícula y servil, que éste (Fernando) hizo llegar a Napoleón ofreciéndole el reino si deponía a su padre y al infame Godoy y pidiéndole en matrimonio a una Bonaparte, le hizo comprender con claridad el nivel de miseria de esa monarquía que estaba pidiendo a gritos que la desalojaran del poder.

Eso fue lo que hizo en Bayona. Y la excusa de la entrada del ejército imperial fue atacar a Portugal, sempiterno aliado de Inglaterra. Era todo tan sencillo que hasta un tipo tan lúcido como Napoleón picó, se equivocó, y cuando fue consciente de que estaba cometiendo un grave error ya era demasiado tarde. En seguida se apercibió de que apoderarse de un país que hasta aquel momento había sido su más rendido aliado no era acertado. De seguro que recordaría la advertencia que incluía en su informe uno de sus chambelanes de que "?el carácter de los españoles es noble y generoso, aunque tiende a la ferocidad. No tolerarían ser tratados como nación conquistada; desesperados, serían capaces de los mayores excesos de entrega y valor". Y tanto que fueron. El Emperador calculaba que la conquista de España no supondría más de 12.000 víctimas de sus fuerzas, pero la realidad fue que cuando el heterogéneo (franceses, mamelucos, polacos, alemanes, italianos?) ejército imperial cruzó la frontera cinco años después se había dejado cerca de 180.000 muertos en la contienda. Y esto ocurrió porque, en buena parte, la guerra se había hecho cosa del pueblo o quizá el pueblo había hecho la guerra cosa suya. Emboscadas, asaltos nocturnos, celadas, informes falsos, cortes del correo y de la información, ataques masivos y retiradas fulminantes? desde la perspectiva militar francesa -empezando por el propio Napoleón- aquello no era una guerra, sino une merde. Los soldados franceses han dejado testimonio en sus cartas de todo esto:? "todos los habitantes huyen de nosotros o nos disparan","?pensaríamos que el país está desierto si no fuese porque nos disparan constantemente desde todas partes?", "?no hay modo de conseguir información porque un español no denuncia a otro ni bajo tormento".

Cuando a mediados de mayo de 1808 el pueblo de Galicia se levanta, y entra por tanto en la corriente de la sublevación antifrancesa que se ha propagado ya por toda España, su acción puede juzgarse como inesperada a la vista de las informaciones galas. La desfiguración de lo inmediato en un momento de crisis que, como tal, genera tensiones más o menos solapadas que pueden surgir de improviso sorprendió a los observadores franceses encargados de pulsar diariamente la situación, la opinión y los ánimos de los sectores sociales de Galicia.

En estos momentos no hay que perder de vista el aspecto de quiebra e inestabilidad que proyectaba una estructura social periclitada en un momento de confusión política que, aparentemente en calma, podía sin previo aviso avivar el inflamable sentimiento patriótico y estallar en un incontrolado movimiento. Y las noticias que venían de Madrid estaban en esta línea. Como dijo el profesor Jover Zamora, la llegada del correo de la capital o de otras poblaciones solía constituir un episodio importante en la gestación de los distintos levantamientos y, si no manifestaciones externas, a un nivel personal, de íntimos o de tertulias homogéneas, una cierta inquietud se iba apoderando de sus espíritus cuando leían o comentaban que "el rey Fernando estaba prisionero en Bayona", "que la intención del Emperador era cambiar la dinastía en España", "que S.A.I. el Gran Duque de Berg (Murat) lo había solicitado de la Regencia del Reino, aunque había sido rehusado", "que las tropas españolas que se encontraban en Madrid y los alrededores se habían reunido en Guadalajara y habían sido seguidas por muchas gentes del pueblo que se incorporaban a ellas", etc.. Y no puede en una sociedad tradicional, como es el caso, considerarse insignificante un factor típicamente desestabilizador: la confusión, porque el "no saber a qué atenerse" una población que siempre tuvo explicaciones y leyes para todo significa una división de pareceres y, por tanto, una ruptura del monolítico sistema mental y de actuación del Antiguo Régimen.

*Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Vigo y director de la UNED.

Compartir el artículo

stats