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Nabucco y Merelli al rescate de Verdi

Los mexicanos tienen un dicho que siempre me ha resultado ingenioso: "Si está para ti, ni aunque te quites; y si no está para ti, ni aunque te pongas". Eso resume la relación Verdi-Nabucco, en la que es fundamental un tercer elemento: Bartolomeo Merelli, el empresario de La Scala, por insistir en que Verdi cumpliese su contrato con el teatro, escribiendo la tercera ópera comprometida. Ese encuentro casual, que relata Verdi, una fría noche milanesa, entre el empresario y un músico azotado por la desgracia familiar y el estrepitoso fracaso de su segunda obra, Un giorno di regno, resultan definitivos. Merelli había ofrecido el libreto de Temistocle Solera a otro músico que no le gustó y Verdi lo rechaza en primera instancia. Ahí podía haber quedado todo.

Lo cierto es que el músico encargó al ingeniero Pasetti, la resolución del contrato con la Scala. El mismo Verdi cuenta que "Merelli me hizo llamar y me trató de niño caprichoso". Cuando ya se marchaba de las oficinas del teatro, el empresario le dijo que ya había cerrado las puertas laterales y que saliese por el propio teatro. Trucos de viejo lobo del mar de los artistas. Verdi tuvo que pasar por entre las butacas de la platea para volver a la calle. Y ver el teatro. Para Merelli, el fracaso de la segunda ópera del músico, no tuvo la menor importancia. En ese momento, ya llevaba un cuarto de siglo en el teatro, desde que escribió el libreto de Enrico de Borgogna para Donizetti, en 1818. Estaba curado de espanto. Ya conocía el parentesco íntimo del éxito y del fracaso.

El caso es que Verdi accedió, finalmente, y construyó la primera obra que conoció el éxito antes de su estreno. Los ensayos eran un acontecimiento en Milán. Los empleados de la Scala no se perdían un minuto. Donizetti, que se tenía que marchar de la ciudad hacia Bérgamo, retrasó una semana su partida, y asistió a varios de los ensayos. Por cierto, Donizetti le recomendó a Verdi que sustituyera a la soprano que haría el complicado papel de Abigail, porque no daba el nivel necesario. Pero la soprano era Giuseppina Streponi, la que luego sería su pareja durante toda la vida, claramente en el ocaso de su trayectoria artística. Verdi la había conocido antes del estreno del Oberto, su primera ópera, que estuvo a punto de cantar, pero un inoportuno resfriado del tenor Napoleone Moriani (al que el vulgo atribuía la paternidad de los dos hijos ilegítimos de la Strepponi), aplazó la puesta en escena, que ya tuvo otros intérpretes. La expectación era colosal. El teatro estrenó un fabuloso efecto especial, en el rayo divino que el cielo le manda a Nabucco. Por primera vez en su vida, Verdi navegaba con todo el viento a favor.

No es su mejor ópera, pero Nabucco llega hasta nuestros días sin perder ni un gramo de su energía y su magia? aunque el maestro nunca olvidó aquellos momentos. Muchos años después, con ocasión del estreno de Simón Bocanegra, tuvo un insólito abandono confidencial con el crítico Filippo Filippi, al que detestaba, cuando le confesó "solo he continuado en esta maldita carrera porque a los ventiseis años, era demasiado tarde para comenzar con otra cosa y, porque no tenía físico para volver al campo". Menos mal que Nabucco, Merelli y la fortuna, se conjuraron para darle una vuelta de tuerca al destino.

*Presidente de la Asociación de Amigos de la Ópera

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