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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

En política, mejor no hacer ruido

El caso del obstinado Pedro Sánchez, español de la antigua rama baturra, viene a confirmar una vez más las ventajas de los políticos discretos que van por ahí sin hacer ruido. No como él, claro está.

Sánchez empezó por llamar al presentador de "Sálvame" para salir un ratito en pantalla y desde entonces no ha parado de armar bulla con las consecuencias más bien desdichadas que se conocen para su partido y el país en general.

Nada que ver con Mariano Rajoy, el sujeto de sus obsesiones. Ya fuese en ejercicio o en su actual condición de interino, el presidente optó por hacerse invisible y hasta inaudible cuando el corral de la política española devino en gallinero. Al final, esa técnica del dolce far niente que consiste en aparentar que uno no hace nada le ha permitido ver pasar por delante de la puerta el cadáver (político, naturalmente) de su enconado adversario.

Si el mejor gobierno es el que menos gobierna, el más hábil político ha de ser por fuerza el que menos se hace notar. Groucho Marx sostenía que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados. Los últimos acontecimientos en España parecen darle la razón a título póstumo.

A un político hay que pedirle, como mucho, que no cree problemas nuevos. Si además consigue no empeorar o incluso resolver alguno de los que ya había, el autor de tal milagro tiene garantizada la mayoría de votos y quizá una larga estancia en el poder.

Sobre la conveniencia de que un político pase inadvertido habla claramente el ejemplo de Suiza. Pocos, si alguno, acertarán a decir el nombre de algún gobernante helvético; lo que no impide que el país de los bancos y las vacas sea el segundo entre los más felices del mundo, según constata año tras año el World Happiness Report.

Una de las razones de la felicidad de Suiza, aparte del dinero y el chocolate, ha de ser sin duda esa invisibilidad de sus gobernantes. Los suizos no tienen machos alfa que se pasen el día lanzando exabruptos por la tele, carecen de un star-system de la política y sus dirigentes son tipos que se limitan a administrar el país previa consulta a los ciudadanos de cualquier decisión que les afecte personalmente.

No hará falta decir que esta fórmula es tan irrepetible como la de los cantones y, por lo tanto, solo funciona en Suiza y con suizos propiamente dichos.

Aquí, por el contrario, lo que se lleva es el político en permanente exposición al público, como un Cristo en el sagrario. Sobreabundan los líderes carismáticos que no paran de asomarse a todos los programas de la tele: gente de rompe y rasga como el finado Jesús Gil o el siempre airado Pablo Iglesias que se ofrecen a resolver en dos patadas los problemas del país, por arduos y complejos que estos sean.

El porfiado Sánchez pertenecía -y seguirá perteneciendo, si le dejan- a este género de políticos estridentes que tan bien encajan con la definición que Churchill hizo del fanático: "Alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema".

Incapaces de hacerle mudar de parecer, sus propios pares en el PSOE han optado finalmente por cambiarlo a él de sitio, aunque el proceso se haya llevado por delante al partido. Y quizá sea ya tarde para elegir a un político dotado de la discreción que Don Quijote aconsejaba a Sancho para el gobierno de su ínsula Barataria.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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