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Ceferino de Blas.

La lectura de la progresía

El cine francés hace tiempo que transita por el camino del éxito, después de un largo periodo de intrascendencia. Uno de los últimos títulos es "El Porvenir", premiado con el Oso de Plata de Berlín, con interpretación perfecta de Isabelle Huppert.

La filmografía gala ha recobrado sus esencias. Como el país, es tan suya que se envuelve en aquello que le es propio, en lo que resalta y de lo que se sienten más satisfechos sus gentes. Y llama la atención en esta hora del mundo, en que impera lo digital, que muestre tan visiblemente uno de los símbolos de la posguerra: el periódico "Le Monde".

Aparece insistentemente, en diversos pasajes de la trama, como un elemento cotidiano, en el que bebieron y, aún ahora, siguen bebiendo los franceses de clase media y educación alta.

A España llegó en los sesenta con la vitola de biblia de la democracia, el maná para quienes no querían perder el compás de la música que sonaba en Europa y gustaban de estar social e intelectualmente a la última.

El vespertino francés, nacido en la posguerra mundial, durante décadas, especialmente en el tardofranquismo, ha sido el contacto internacional de los progres y ejemplo a imitar por los periodistas de este país. Es un buen ejemplo para explicar las razones de por qué varias generaciones de españoles nunca han aprendido inglés, después de intentarlo en diversas oportunidades a través de su vida.

Nunca entró en España ni "The Times" ni ninguno de los periódicos ingleses. A todo más, después del Watergate, de las películas y libros que lo recrearon, empezaron a manejarse, más a escala oral que de lectura, "The Whashington Post" y "The New York Times". Nadie quería quedar a la zaga de los que se consideraban los rotativos más influyentes del mundo, y donde, en teoría, se practicaba el mejor periodismo, modelos de independencia y contrapoder.

Pero era "Le Monde" lo que en España se llevaba en la transición. Pasearlo bajo el brazo era un signo de distinción, de estar al día, de cultura y de progresía. Durante años expendió implícitos carnés del progresismo más acrisolado.

¿Porqué "Le Monde" y no "Le Figaro", el gran diario de la derecha francesa, prestigioso y más antiguo? Por eso. Porque la prensa internacional era patrimonio de la progresía siempre más activista y que imponía sus criterios.

Durante años, los españoles estudiaron y consideraron el idioma francés el más internacional. Lo introdujeron en la docencia las congregaciones religiosas de origen galo y se impartía en los institutos. El mundo angloparlante quedaba lejos y hasta era aborrecido, no se sabe si por Gibraltar, la Armada Invencible, la leyenda negra o por las muchas perrerías que los corsarios ingleses causaron a los españoles en el Nuevo Mundo y aquí, en la Ría de Vigo.

El embebimiento en la autoridad de "Le Monde" tenía reflejo en el mundo de la prensa. La sociedad de redactores y el libro de estilo traspasaron los Pirineos, y durante décadas los diarios españoles que presumían de prestigio trataron de acomodarse al parisino.

Más tarde quiso introducirse "Le Monde Diplomatique", en versión española, que dirigía el redondelano Ignacio Ramonet, pero sin mucho éxito.

Durante más de un siglo la cultura francesa -desde la moda en el vestir a la literatura, el cine o el comercio, y basta repasar las firmas que hubo en Vigo con nombres galos- era garantía de calidad. La admiración de la sociedad española hacia lo que llegaba de París ocultaba la necesidad de virar hacia lo anglo, que con la llegada de la globalización acabaría imponiéndose por la fuerza de los hechos.

Cuál fuera la razón de que los españoles no estudiaran inglés no está claro, pero lo cierto es que tardó en calar que era el lenguaje universal.

Se produjo un movimiento pendular. El inglés se introdujo en todos los ámbitos, comenzando por la docencia, las inmersiones y las riadas de chavales que viajan los veranos a países anglos a perfeccionar el idioma.

La señal de la decadencia de la cultura francesa en España se percibió con el paulatino desmoronamiento de "Le Monde", que perdió lectores, prestigio, dejó de ser influyente en las cancillerías del mundo, y durante años entró en la grisura.

Ahora parece que remonta. Pretende hacerlo a horcajadas de la gran verdad del periodismo: los contenidos exclusivos y de calidad. Es decir, contando buenas historias.

Ojalá resista a la competencia, porque es el referente informativo de varias generaciones de franceses y de la progresía lectora hispana, cuya voz no debiera marchitarse.

Es, asimismo, el símbolo de la francofonía, que perduró como lengua y cultura dominante en España, hasta que el inglés, funcional y práctico, llegó para quedarse.

Por eso la repetida vista de ejemplares de "Le Monde" en la trama de la película "El Porvenir", que relata la historia de la profesora de Filosofía que interpreta Isabelle Huppert, suena a pervivencia.

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