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La empollona y el cimarrón cinchado

La confrontación, ágil, resultó lastrada por la falta de garra en la exposición de las propuestas

El primer asalto entre Clinton y Trump empezó con tres minutos de retraso. Una morosidad que se hizo tan eterna como el propio debate, ágil en su formato pero decepcionante hasta la desesperación por los contenidos aportados por los candidatos. La primera pregunta estaba destinada a marcar el tono: "¿Por qué es mejor usted para crear riqueza en EE UU?". Responde la ametralladora Clinton, que en dos minutos pasa todas las cuentas del rosario a velocidad de vértigo como si estuviese recitando ante su preparador un tema de una oposición a notarías: empleos, sueldos, salario mínimo, igualdad salarial entre géneros, beneficios de las empresas redistribuidos, conciliación familiar, baja por maternidad, baja por enfermedad, guarderías, universidad. ¿Alguien da más? ¿Queda claro quién es la empollona? ¿Hay dudas sobre quién ha sido desde siempre la más lista de la clase?

El bronquista improvisador mira desde su atril con gesto entre hosco y sorprendido. Es su turno. Él no tiene trescientas recetas memorizadas bajo su tupé plisado, pero tiene a México y a China, causantes de la huida de empleos y de las deslocalizaciones, repito, de la huida de empleos y las deslocalizaciones. Trump tiene que tener todo el cuidado en no soltar bravatas antes de tiempo y se encasquilla, como más adelante hará con la dupla ley y orden, ley y orden, ley y orden, ley y orden. Ofrece rebajas de impuestos y considera que será maravilloso ver cómo sus recetas crean empleos como por ensalmo. Está claro, Clinton recita su lección y Trump, sin sus ganchos imprevisibles, se vuelve gris.

La candidata sabe, sin embargo, que no se asegurará la victoria si no saca al magnate de sus casillas y le hace caer en el improperio. Y empieza los ataques: a él le dieron catorce millones para poner una empresa, y yo soy de clase humilde. Él se jactaba de poder comprar barato con la crisis de 2008 que tanta miseria causó. Él nunca ha presentado su declaración de la renta (¿es más pobre de lo que dice? ¿defrauda impuestos? ¿tiene deudas inconfesables?). Él cayó en el racismo más burdo exigiendo que Obama probase que es estadounidense de nacimiento certificado en mano. Él apoyó la guerra de Irak y ahora lo niega.

En otro debate habría sido el momento de que Trump descolocase a la audiencia con una atronadora salida de tono. Pero no puede, está ahogado por las cinchas que le han puesto al cimarrón para que parezca un caballo de paseo. Y responde con medios golpes que no remata: Clinton ha tenido 30 años para poner en práctica lo que ahora propone. Comprar barato es hacer negocios y hacer negocios es crear riqueza y empleo. Publicará su declaración de la renta cuando Clinton publique los 33.000 correos de la Secretaría de Estado. Ahí tiene chicha, pero deja pasar la ocasión de profundizar en el espinoso asunto de los emails, de preguntar por las primeras reacciones al ataque a la embajada de EE UU en Benghasi, igual que no logra explicar por qué se empeñó contra toda evidencia en que Obama no nació en territorio estadounidense. En suma, como no domina los asuntos, no puede usarlos como lanza eficaz contra su adversaria.

Pasado el primer tercio de debate, está claro que la empollona Clinton se puede instalar en la arrogancia y salpimentarla de ironía o medias sonrisas condescendientes, porque enfrente tiene un rival atado de pies y manos, al que incluso tendrá la ocasión de acusar de racismo y de machismo. Trump se impacienta, interrumpe, pero la exsecretaria de Estado aguanta impertérrita, lo lleva a su terreno y deja que el mismo se ahogue mordiendo el freno que le han puesto para que Caballo Loco pase por un poni de parque infantil.

Al final, la empollona Clinton ganó, pero resultó tan poco seductora como un almuédano recitando el BOE. Y el bravucón ahogado perdió porque, embridado, ni convence ni da espectáculo. Pero a los indecisos les pueden quedar dos dudas casi metafísicas. ¿Han de votar a la bomba de relojería de Trump porque es empresario y, se supone, sabrá crear empleo aunque patine en casi todos los dossiers ? ¿O han de votar a Clinton, pese a su opaco tufo a política rancia, porque, además de convertirse en la primera mujer presidenta de EE UU, se sabe casi todas las lecciones de Obama y evitaría que Trump se sentase en el Despacho Oval? Cruda y cruel elección la del mal menor.

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