El PSOE está ante un doble dilema que sólo admite una solución, de ahí lo complejo de la circunstancia en que se consumen los socialistas desde las últimas elecciones generales. La pregunta de qué hacer frente a Mariano Rajoy es también la de qué hacer frente a Podemos y no cabe responderlas por separado. Esas dos cuestiones generan una de esas dialécticas tan autodestructivas como difíciles de resolver en las que siempre se ha movido la izquierda.

Acierta Sánchez al apuntar que el PSOE necesita un debate para resolver su "posición política" en los próximo años. Es una discusión que los socialistas tienen pendiente desde que Zapatero se fue por el desagüe de la crisis y que eluden con ahínco tras la irrupción de Podemos, cuyo alcance nunca supieron calibrar. Aunque esto último no haya que reprochárselo: le ocurrió a todo el mundo, incluso al propio Pablo Iglesias.

El debate pendiente incluye también el modelo de partido. En los dos sectores ahora enfrentados en el PSOE late la división entre los proclives a mantener unas estructuras internas blindadas, con sistemas de decisión acotados y controlables y quienes defienden la compatibilidad de la jerarquía con la apertura a la militancia más allá de procesos específicos, como las primarias para elegir al líder. La consulta interna en vísperas de su fallida investidura fue el primer síntoma de que el secretario general está dispuesto a jugar una carta que descoloca a cierto aparato del partido y a la que ahora recurre de nuevo en un intento de confrontar a la militancia con quienes supuestamente la representan en los órganos del partido.

Pero la necesidad de dilucidar controversias tan postergadas no lleva implícita tanta urgencia como para convertirlas en un estallido inoportuno que pone de nuevo al país ante las urnas. Al solapar los tiempos internos con los días menguantes en los que se espera alumbrar un nuevo Gobierno, el secretario general da la razón a quienes le reprochan que impone al país el ritmo de sus propias necesidades, algo que lo equipara con Mariano Rajoy y sus manejos del calendario.

Ocurra lo que ocurra el sábado próximo en el Comité Federal los socialistas no tienen ninguna garantía de entrar en un período de recomposición orgánica y electoral. En el supuesto de que Sánchez fracase en su intento de promover primarias y congreso, se abre una fase de interinidad en el partido que lo deja inerme en sus dos frentes. Ante el PP queda sin fuerza para imponer una abstención con contrapartidas solventes, que puedan atenuar la fricción crítica de aquellos que, con Podemos a la cabeza, interpretarán el desbloqueo a Rajoy como una claudicación decepcionante.

Resulta muy probable que ni siquiera superado ese trago el PSOE encuentre sosiego. La incapacidad del líder del PP para la negociación anticipa un difícil gobierno en minoría. Ante cada escollo, unos socialistas ya doblegados y vulnerables a las presiones quizá se vean requeridos de continuo como muleta de la gobernabilidad bajo la amenaza de la acusación de obstaculizar a un Ejecutivo con pleno derecho a desarrollar sus propias políticas. Esa pueda ser la cantinela popular durante lo que dure la duodécima legislatura.

En el supuesto de que Sánchez se imponga a sus críticos y despliegue su calendario, quedará sin margen para negociar un gobierno alternativo y cumplir con todos los trámites previos al debate de investidura en los ocho días que median entre las primarias en las que debiera salir triunfante y la fecha de caducidad de unas Cortes sin Ejecutivo. Lo que es tanto como decir que si el actual líder del PSOE se impone el sábado los españoles serán llamados de nuevo a las urnas.

En esa convocatoria, Pedro Sánchez podrá probar si el problema de los socialistas era de liderazgo y orientación política o sólo han malgasto una energía de la que carecen por un mal diagnóstico.

¿Qué hará si en las urnas del 18 de diciembre el PP mejora resultados y el PSOE sigue sin marcar la suficiente distancia con Podemos como para hacerse con la hegemonía de la izquierda? ¿Convocará otro congreso?