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El resultado de las elecciones

Las cosas en la política española siguen fuera de sitio. Desde diciembre del pasado año el interés general del país está gestionado por un Gobierno anómalo que no ha surgido de ninguna de las dos convocatorias electorales celebradas entretanto. El Tribunal Constitucional demora su decisión sobre si este Gobierno, no obstante, debe rendir cuentas ante el Parlamento, una cuestión de máxima urgencia. En una democracia es inconcebible que el gobierno, cualquiera que sea su circunstancia, pueda evadir el control parlamentario, pero los grupos que se han apresurado a adoptar el papel de oposición antes de investir a un presidente, debieran tener en cuenta que la ley, con motivos muy fundados, apenas permite tomar la iniciativa a un gobierno cuyo mandato ha caducado. Días después de que se consumase un nuevo fracaso en la segunda sesión de investidura, los dirigentes políticos de los principales partidos se establecieron entre Galicia y el País Vasco para inmiscuirse de lleno en la campaña electoral que se desarrolla en ambos territorios.

Amparados en el plazo disponible antes de que deban convocarse otras elecciones y en la saturación que padecen los ciudadanos de política inútil, los partidos han decidido hacer un alto en el trámite de la formación del gobierno para dedicarse por entero a labores de propaganda electoral. Durante los quince días de la campaña, la prioridad de la política nacional no es el gobierno, sino la disputa del voto en dos de las diecisiete comunidades autónomas. No deja de causar sorpresa la tolerancia que la sociedad española está mostrando con este hecho. La razón pudiera estribar en una suerte de confianza general, depositada en el voto de gallegos y vascos, en que el resultado de estas elecciones empujará ineludiblemente a la formación del gobierno de la nación.

La realidad, sin embargo, es que la situación política de España es susceptible de empeorar a partir del domingo. Los analistas han alimentado la expectativa de que el resultado de las elecciones abrirá el paso a una investidura, pero puede suceder que se desaten crisis internas en los partidos, en torno a la distribución del poder y el liderazgo, que se han ido gestando en los últimos meses y cuyos síntomas han trascendido a la opinión pública. Conviene no olvidar que en las autonomías con calendario electoral propio las elecciones, más que aportar una solución a los problemas de la política nacional, han acelerado en varias ocasiones profundas crisis en los partidos derrotados. Los líderes políticos, dos de los cuales ya salieron derrotados de su investidura, persiguen un buen resultado en Galicia y el País Vasco con la intención de evitar que un retroceso en las urnas desestabilice su posición en el partido, y no tanto para encontrar la solución al primer asunto pendiente en el país. Cada voto en disputa el domingo será utilizado en las próximas semanas como munición contra las formaciones rivales y en la pugna entre sectores del mismo partido.

Los hechos parecen abonar la idea de que los políticos y los partidos, cada vez más, han desertado de su función representativa y sus vínculos con la sociedad para habitar un mundo aparte, lo que está haciendo que los ciudadanos por su parte abandonen el compromiso político para retirarse a la vida privada. Los ciudadanos creen que los políticos no piensan en ellos y los políticos se toman la licencia de actuar sin tener en cuenta a los ciudadanos. Este distanciamiento creciente entre los ciudadanos y los políticos abre, sin duda, un gran interrogante sobre el futuro de la democracia. Una encuesta de MyWord publicada días atrás ha detectado entre los españoles una pérdida de interés por la política, cuando en estos años se había impuesto la tendencia contraria. La mayoría declara sentir sobre todo hartazgo ante la situación. El 62% piensa que habrá nuevas elecciones, en las que se da por seguro que la participación sería menor y la distribución del voto similar al de las elecciones anteriores. Estos y otros datos de la encuesta permiten evaluar el estado de ánimo de la sociedad española y sus actitudes hacia los partidos.

¿Por qué no se resuelve de una vez el problema del gobierno? Están planteadas, una con más claridad que la otra, dos opciones: un gobierno en torno al PP o un gobierno en torno al PSOE. Las dos opciones son problemáticas, por distintas razones. Pero ha transcurrido tiempo más que suficiente para calibrar las posibilidades de ambas y tomar decisiones. La cohesión interna de los tres grandes partidos ha empezado a resentirse de esta situación. Nada peor podría ocurrir hoy dentro de la democracia española que los grandes partidos, los que a pesar de todo mantienen en funcionamiento el sistema político, se vieran afectados por el virus de la división.

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