Tiene toda la razón el canciller austriaco Christian Kern al calificar de "ataque a la idea de justicia europea" escándalos como Luxleaks, los papeles de Panamá o los acuerdos secretos entre multinacionales y determinados gobiernos de la UE.
Si no hay solidaridad entre los socios, si todo lo que hay entre ellos es la más descarnada y desleal competencia, ¿cómo vamos a esperarla de sus ciudadanos, llamados por el neoliberalismo a competir también entre ellos?
¿Qué Europa es ésa que consiente que las grandes empresas que hacen aquí sus negocios no paguen apenas impuestos, si es que pagan algunos, mientras los gobiernos nos advierten hipócritamente de que peligran las pensiones o el Estado de bienestar?
¿Qué ha sido de la lucha contra los paraísos fiscales? "Parole, parole", que dice la canción. Palabras de las que se llenan la boca los políticos cada vez que hay una de esas conferencias que solo sirven para incrementar su huella de carbono, que dirían los ecologistas.
¿Cómo no ver una relación directa entre el actual estado de cosas y el auge en todas partes de movimientos populistas que aprovechan la creciente inseguridad de los ciudadanos para ofrecer sus mentirosas recetas?
¿Cómo no relacionar el éxito de partidos como el Frente Nacional francés o Alternativa para Alemania con una globalización que muchos perciben, sin que les falte razón, como un proyecto de elites para las elites?
¿Qué hace mientras tanto Europa para combatir las causas reales de esa inmigración que tanto parece inquietarnos?
¿Dónde está el plan de paz para Siria? ¿Dónde el plan Marshall que hace tiempo que muchos reclaman para África?
Hacerse selfis con los refugiados sirios como hizo en su día, para admiración del mundo, la canciller alemana Angela Merkel está muy bien. Pero mucho mejor es tomar medidas para evitar que continúe esa intolerable sangría en la que solo unos pocos ganan: traficantes de armas y de seres humanos.
