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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

La imposible independencia

Ha tenido que ser un presidente de Euskadi, Iñigo Urkullu, el que haga notar la imposibilidad física y hasta metafísica de la independencia. Aunque abogue por "más soberanía" para el País Vasco, el nacionalista Urkullu recuerda que los Estados teóricamente independientes en Europa dependen, en realidad, de lo que diga la UE. Más de un ochenta por ciento de su legislación nacional -y en apariencia, soberana- es, simplemente, una traducción de la que se dicta desde Bruselas.

Contrasta el buen juicio del lehendakari con el de su antecesor Juan José Ibarretxe, que hace cosa de una década planteó -sin el menor éxito- un referéndum para armar una independencia de Euskadi siguiendo el modelo del Estado Libre de Irlanda.

Urkullu sostiene una obviedad, por más que lo obvio sea a menudo lo más difícil de percibir: mayormente, entre los políticos.

Baste ver, por ejemplo, el caso de España. En este Estado formalmente independiente y soberano se habla ya una especie de espanglish preñado de palabras inglesas, pero acaso eso sea lo de menos. Vemos casi en exclusiva series y películas americanas, vestimos jeans, tenemos hábitos ecológicos importados de América y hasta nos hemos traído de allá costumbres políticas poco equiparables como la de celebrar primarias o debatir en el Congreso sobre el estado de la nación.

Nada de esto diferencia a España -ni a Francia, ni aun a la poderosa Alemania- de cualquier otra provincia cultural de los Estados Unidos. Tampoco la economía del país es exactamente autónoma, por supuesto. Nuestra moneda la emite un banco con sede en Frankfurt, en tanto que las medidas de política financiera se deciden en Berlín, incluso en aquellos países que, como éste, no han sido intervenidos por la UE.

Nuestras Bolsas y bolsillos dependen, igualmente, de cómo le vaya con sus finanzas a la remota China. Y en fin: las tareas de defensa del país están confiadas a una OTAN de la que el conservador Charles de Gaulle solía decir: "La OTAN, o sea: Estados Unidos".

A pesar de estas graves limitaciones a su soberanía, España y otros muchos países gozan del estatus más bien engañoso de naciones independientes. Es una manera de hablar. Lógicamente, los territorios que pudieran escindirse de ella dispondrían aún de menor capacidad decisoria sobre sus asuntos que la casa madre, salvo que los unicornios existan en lugar de ser meros animales de fantasía.

Lejanos ya los tiempos en que la independencia de un Estado residía en su facultad de acuñar moneda, establecer una política de Exteriores y defenderse con un Ejército propio, la soberanía es a día de hoy una idea un tanto gaseosa. Hay países independientes que carecen de moneda, embajadas y ejércitos, a la vez que comunidades autónomas -como la vasca o la catalana, sin ir más lejos- que disponen de policía propia y una vasta capacidad de gestión tributaria y financiera.

Para mayor confusión, los grandes Estados europeos -con Alemania a la cabeza- han decidido resignar en un banco supranacional su derecho a acuñar moneda, además de ceder una no desdeñable parte de su soberanía en cuestión de acuerdos internacionales, relaciones exteriores y otras materias de igual fuste.

A Urkullu, que se ha limitado a constatar la evidencia, le van a caer palos de todas partes por ejercer la cordura. Empezando por sus más próximos, seguramente.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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