Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Día Internacional de la Democracia: celebraciones y reflexiones

El 8 de noviembre de 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la Resolución 62/7, decidió celebrar cada 15 de septiembre el Día Internacional de la Democracia. En este 2016 el tema sobre el que versa la citada conmemoración es "La democracia y la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible", dado que hace justo doce meses 193 Estados miembros aprobaron la denominada Agenda, un plan ambicioso y bienintencionado que persigue poner fin a la pobreza extrema, luchar contra la desigualdad y la injusticia y proteger nuestro planeta, dándose un plazo de quince años para lograr tales objetivos. Así, la ONU pretende concienciar sobre cómo la democracia, junto a la ciudadanía y a las instituciones participativas, pueden "promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y construir a todos los niveles instituciones eficaces que rindan cuentas" (cito la frase exacta del mensaje institucional lanzado por dicho organismo internacional).

Sin duda se trata de palabras hermosísimas, que suenan muy bien al oído y que conforman la inmensa mayoría de tratados y resoluciones. Lenguaje políticamente correcto, rebosante de perspectivas alentadoras, loables deseos y utopías embriagadoras. No en vano el papel lo aguanta todo y, además, la hipocresía de un amplio sector de líderes mundiales parece no conocer límites porque, al mismo tiempo que firman esos compromisos y aplauden los recurrentes discursos sobre libertad, igualdad y fraternidad, orientan y ejercen sus políticas exactamente en sentido contrario.

Siempre me quejo de la enorme brecha que separa la enseñanza teórica del Derecho de su realidad práctica. En ocasiones, me resulta sonrojante tener que explicar a los alumnos el contenido de algunas normas cuando el día a día de los tribunales, la actualidad política y los titulares de los medios de comunicación reflejan unas realidades muy diferentes. Casi nos hemos acostumbrado a consultar los manuales de las distintas disciplinas jurídicas como si fueran relatos del género fantástico. ¿Cómo puedo explicar el derecho de asilo a estudiantes que aspiran a ser abogados o juristas si la vigente regulación sobre dicha materia es vulnerada sistemáticamente con el beneplácito de los propios mandatarios? ¿Cómo voy a hacerles entender el valor jurídico de nuestra Constitución cuando comprueban cómo determinados cargos públicos alardean y se vanaglorian constantemente de su incumplimiento? ¿Cómo he de lograr que asuman los valores de un Estado de Derecho o de un Estado Social en estos tiempos en los que el respeto a las normas y a las sentencias no está garantizado y en el que las desigualdades se acrecientan?

Es en este clima de desánimo y ante una labor docente cada vez más compleja cuando leo que las Naciones Unidas cuentan con un plan para erradicar en tres lustros la pobreza extrema, luchar contra la desigualdad y la injusticia, y proteger nuestro planeta. Y que los ciento noventa y tres países miembros lo han firmado. Y que van a impulsar la democracia en todas las naciones. Y que nos invitan a celebrarlo el 15 de septiembre. Y que, como de costumbre, la celebración precede a la consecución del objetivo (para no variar).

Pues, por lo que a mí respecta, semejante sobredosis de buenas intenciones y de términos edulcorados ya se me ha indigestado. No me creo nada. Cumplido el plazo previsto, el panorama no habrá mejorado. Mucho me temo que los índices de pobreza, injusticia y desigualdad habrán empeorado incluso. Y es que los datos objetivos neutralizan cualquier resquicio de optimismo. En los últimos años la distancia entre rentas altas y bajas se ha acrecentado. Los millones de desplazados por culpa de las guerras se ha multiplicado. El número de las pseudo democracias que coquetean con el totalitarismo ha ido en aumento. La destrucción del planeta avanza de modo imparable. La cifra de seres humanos sin acceso a agua potable es absolutamente vergonzosa. Y la situación de la mujer en el mundo sigue constituyendo un escándalo de proporciones descomunales.

¿Cómo no lo vemos? ¿Cómo no reparamos en que estamos abocados al desastre? Peor aún, ¿cómo, dándonos cuenta, no tomamos medidas? Esta vez no he celebrado el 15 de septiembre. No me sentía con ánimos de participar en esa pantomima, mitad tragedia y mitad comedia. Porque ya es hora de celebrar menos y de reflexionar más.

*Doctor en Derecho. Profesor de Derecho Constitucional de la ULL

Compartir el artículo

stats