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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El debate

A estas alturas pocas dudas pueden quedar ya acerca de si hay algún ejemplo irrefutable de que en este mundo traidor nada es verdad o mentira sino del color del cristal con que se mira, es el de los debates electorales. E incluso es exacto su entorno, porque pocos mundos hay más traidores que el de la política. Y, si no, que se lo pregunten a sus protagonistas: si son sinceros, lo corroborarán.

Es más: ese oficio ha llegado a unos extremos en los que cualquier valoración de las intervenciones será tenida por hostil -y muchas veces como parte de una conspiración urdida por intereses espurios- para perjudicar a quienes no sean dados por vencedores. Por eso la otra opinión, la publicada, es la protagonista del día siguiente; casi siempre para mal, sobre todo con un formato absurdo que apenas permitía explicarse con sosiego y unos "moderadores" más preocupados del reloj que de las ideas.

El asunto se complica más aún por la ausencia de baremos objetivos a la hora de medir los méritos de cada cual. Cierto que las partes -sobre todo la gubernamental- suelen exhibir cifras que consideran probatorias de su buena gestión mientras la oposición, con más efectivos en el plató, no solo las niega sino que las contradice desplegando otras. El resto, la nota final, depende de la credibilidad y de no meter la pata. O sea, pedagogía cero.

Dicho todo ello, como opinión personal y respetando la de los que discrepen, quien esto escribe considera vencedor en el combate de boxeo dialéctico al presidente en funciones. No por K.O. -ni siquiera técnico- de sus rivales, pero sí por un escaso margen de puntos. No fue el mejor Feijóo de los debates parlamentarios, pero es que un plató no es el hemiciclo.

Desde luego, del encuentro los espectadores tuvieron algo muy claro ya en el primer asalto: que eran todos contra uno. Y eso siempre aporta una cierta cercanía con el solitario que a veces compensa la antipatía que se le profesa al que gobierna, sobre todo en tiempos de crisis. El presidente -en funciones- estuvo tenso por momentos, e incluso pareció acorralado en algún momento de la parte de "regeneración democrática" pero no fue de extrañar ante la oleada de descalificaciones.

Es opinable. Pero ninguno de los demás supo explicar bien las corruptelas de sus filas -que las hay y no pocas, aunque a veces parezcan disfrutar de bulas mediáticas- ni decir cómo iban a llevar adelante el recital de propósitos -todos buenos, faltaría más- y con qué recursos contarían. Y tampoco parecieron ser capaces de gobernar, juntos o separados, a partir del 26/J. Por eso como resumen, vale lo de "Madrecita, que me quede como hasta ahora". ¿Eh?

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