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Ceferino de Blas.

La vocación de las ciudades

Como seres vivos las ciudades tienen la vocación que se forja en la historia. Son provincianas o cosmopolitas, liberales o conservadoras, reconocibles o cambiantes, según las conforman sus habitantes. Después ellas los acomodan a su forma de ser. Es una interconexión dinámica la que las rige.

Por ejemplo, la ciudad de Vigo, desde que existe constancia periodística, es liberal y reconocible.

Consta en el manifiesto de la corporación municipal, de 1854, cuando la autoridad provincial trataba de provocar al Ayuntamiento constitucional de Vigo con la "intención de hacerlo aparecer reaccionario", tras la caída del ministerio de San Luís, que da principio al llamado "bienio progresista".

Ante el ataque del gobernador civil, la respuesta del Ayuntamiento es una proclama de la vocación de la ciudad. Dice: "Vigo siempre fue centinela avanzado de la libertad y lo seguirá siendo, pero quiere orden, moralidad, legalidad y justicia, porque estas prendas son la garantía más completa de la libertad".

Encabeza el manifiesto Joaquín Yáñez, cuya corporación es fruto de la "elección más amplia, más general y más compacta que hubo en esta ciudad".

Como alcalde que sufrió los rigores de la persecución, que por ser liberal lo llevó al destierro a Inglaterra, una década atrás, Joaquín Yáñez no se deja arredrar. Su compromiso es con Vigo y sus ciudadanos.

Gobierna una ciudad obligada a ser reivindicativa "por la saña de algunos con respecto al pueblo de Vigo". Desde el tiempo en que comenzó su despegue tuvo que enfrentarse a dificultades para crecer. En aquel año, por enésima vez los poderes externos querían arrebatarle el lazareto, fuente de problemas, pero base del desarrollo económico.

Pero sobre todo es un pueblo "libre y eminentemente liberal". Nunca se ha dejado arrastrar por los vaivenes populistas.

Cuando las urnas han llevado a otras ciudades gallegas a cambios políticos imprevisibles, Vigo ha mantenido el compás. Los resultados electorales han sido rotundos a preservar el status de liberalismo, tolerancia y respeto con el pasado. Porque en contra de opiniones sesgadas, es una ciudad templada y previsible.

Es lo que la diferencia de ciudades como A Coruña, Santiago y Ferrol, aparentemente más consolidadas, que en los últimos tiempos han sufrido convulsiones con las que los ciudadanos no parecen reconocerse.

Esas poblaciones, y otras donde han acontecido cambios tan drásticos, experimentan unas sacudidas que pretenden cambiar la vocación que las define -¿es mejor esta Coruña que la que gobernó Paco Vázquez o el Santiago que modernizó el arquitecto Gerardo Estévez?- por otras que el tiempo dirá, si duran, si se adaptan a lo que tradicionalmente han sido.

¿Cabe imaginar que los compostelanos acepten que sus mandatarios pretendan vivir de espaldas a lo que representa la catedral, base y fundamento de su prosperidad? ¿Qué sería Santiago si de súbito desapareciese la catedral y lo que engloba?

Desde que Vigo es ciudad, y convertida en cosmopolita, ha sabido mantenerse como aperturista y liberal, sin ceder a las tentaciones populistas ni volverse del revés por moda o sofocos revoltosos.

Ha ayudado una tradición de alcaldes con la fortaleza y el carácter suficiente para que las fuerzas externas no les doblen el brazo.

Por fortuna, Vigo no precisa autoafirmarse con eslóganes de corto recorrido o proclamas como las "fuerzas del cambio" para afirmar su modernidad, porque siempre ha vivido de forma liberal en una actitud dinámica.

Ha defendido tanto la independencia que no precisa despojarse de ninguna atadura para certificar que sigue estando en la vanguardia sin abrazarse a aventurerismos ni a nuevas denominaciones políticas. Mantiene con enorme dignidad el bienaventurado bipartidismo.

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