Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

La importancia de las cosas

Al aceptar el encargo de escribir una larga serie de artículos para Faro de Vigo, lo primero fue bautizarlos, darles un nombre de pila común. Su temática iba a ser variopinta, tanto como yo mismo y mi formación, y su único nexo común serían mi memoria, los libros y las cosas, con referencia especial, siempre que fuese oportuno, a todo lo relacionado con Galicia y singularmente con Ourense y sus gentes. El empeño no era fácil, aunque ustedes podrían exclamar: ¡Qué más da el nombre si los artículos son interesantes y amenos! Pues no, no da lo mismo: que se lo pregunten a la que llamándose Dolores, su vida fue un calvario; a quien denominándose Benigno, es más malo que un veneno; a quien bautizado como Valiente, resultó ser un gallina o a la que de nombre Preciosa, es más fea que una foto movida. Mientras barajaba posibles títulos, pensé que si mis artículos eran una amalgama de coleccionista aficionado, podría ponerle Antiguallas, tal como nominó Ricardo Sepúlveda -a instancias de Ángel Avilés- a sus Descripciones y costumbres españolas en los siglos pasados (Madrid: Lib. de Fernando Fé; 1898). Sin embargo lo descarté, porque mi deseo era hablarles de lo pasado pero desde la perspectiva actual, también de lo completamente nuevo e incluso del mañana. Entonces vino a mi memoria una obra del escritor y periodista romántico Antonio Flores Algovia (Elche, 1816 - Madrid, 1865), autor de un libro de cuadros sociales de tres generaciones de madrileños, titulado Ayer, hoy y mañana (Barcelona: Montaner y Simón, ed.; 1892) y decidí parafrasearlo como Personas, casos y cosas de ayer, de hoy y de mañana. Al verlo escrito, me invadió el pánico de que me tildasen de futurólogo y lo dejé en Personas, casos y cosas de ayer y de hoy (Faro de Vigo, 03.03.2013). Hoy, después de haber transcurrido cinco años y haberles endosado 233 sueltos, he caído en la cuenta, ¡tiempo era!, que he escrito mucho sobre personas y casos y muy poco sobre las cosas, excepción hecha de libros y documentos. Y lo que es peor, aún le he dedicado menos espacio a las cosas que nos rodean. Unas habituales, que utilizamos a diario, que hacen nuestra vida más fácil y en algunos casos resultan imprescindibles. Otras unidas a la vida de nuestros familiares, perpetuando su querida presencia, o recordándonos nuestra propia peripecia. He de confesarles que me siento indefectiblemente unido a las cosas, posiblemente de modo exagerado, como nos sucede a todos los que entramos en la vejez y además tenemos algo de coleccionistas. En efecto, la dependencia de las cosas es aún mayor según transcurren los años y el final está más cercano. Me produce muchísima tristeza cuando los ancianos son ingresados en residencias -en unos casos por estricta necesidad, en otros por puro egoísmo de los familiares- y no solo son apartados de los suyos, sino también de sus cosas. Cosas que, de un modo u otro, les han acompañado siempre y en muchas ocasiones pertenecieron a sus antepasados. Esos cachivaches, valiosos o no, útiles o absurdos, nos alargan la vida hacia atrás y la hacen más completa. Sin ellos posiblemente nos sería más difícil seguir existiendo. ¡Qué pena inmensa sentiría si me separasen de mis cosas! Como la vieja imagen barroca de la Purísima, siempre presente en la biblioteca de mi tatarabuelo, después en la de sus descendientes y ahora en la mía. Como el bastón de mando o las condecoraciones de mi abuelo militar. Como las lentes de mi abuela, "a través de las cuales miraron los ojos que cuidaron a mi padre". Como cada una de las pequeñas cosas que pertenecieron a mis queridos padres y me correspondieron en herencia. Como cada objeto, adquirido en muchos de los lugares del mundo a donde me llevo mi profesión de pediatra, con el ánimo de aprender mucho y también de aportar algo sobre las peculiaridades de nuestra patología. Como las muchas fotos que, ordenadas de manera meticulosa por mi mujer, dan imagen a nuestra existencia? Para hablarle de las cosas podría recurrir a un sinfín de fuentes, la red de de internet lo facilita. Pero hoy solo pretendo llevarles de la mano a tres libros impresos en papel que están a mi alcance.

El primero es La historia del mundo en 100 objetos (Debate, 2012), del que es autor Nel MacGregor, el que fue hasta hace poco director del British Museum de Londres. La obra tuvo su origen en un programa de Radio 4, a iniciativa de la BBC, en la que se hablaba de objetos sin poder verlos. En él participaron los especialistas del museo británico, a los que se unieron invitados de todos los rangos, que dieron una doble versión de cada una de las piezas analizadas. El éxito del proyecto fue formidable y cuando pasó a la web tuvo más de 30 millones de descargas.

La lectura de este libro trajo a mi memoria mi primera visita a Inglaterra en el año 2000, cuando en compañía de mi mujer, Georgina, y del matrimonio Antelo, fuimos a visitar a mi hija, la antropólogo María Martinón Torres, que entonces realizaba un máster sobre Evolución Humana en la Universidad de Bristol. Como era lógico, aprovechamos la ocasión para visitar diversos lugares, instituciones y monumentos ingleses. Entre otros, fue cita obligada el British Museum de Londres. Como es exorbitante lo allí guardado, tanta fue la ambición imposible de querer verlo todo y tan grande la erudición y pasión por enseñar de nuestro guía, el español José Bea, que el resultado fue que salimos agotados, abrumados y desorientados. Cuatro años más tarde, en 2004, repetimos la visita al museo británico, en esta ocasión tutelados por un cicerone excepcional, mi hijo Marcos Martinón Torres -en la actualidad catedrático de Ciencia Arqueológica de la UCL-. Marcos nos mostró un objeto clave de cada época, enlazándolo con la vida la de sus autores, el pueblo y la cultura en que se produjo y, a su vez, con la del resto de la humanidad, sin olvidar por supuesto sus características. El resultado fue que lo que allí vimos ese día quedó grabado en nuestras cabezas y facilitó las visitas que se sucederían años después. Mas lo cierto es que no todos pueden ir a Londres y visitar el British Museum. A ellos y también a los que sí pueden ir les recomiendo hacer una visita virtual a través del libro de MacGregor.

La historia del mundo en cien objetos nos ofrece un enfoque nuevo, riguroso, de gran valor cultural y caleidoscópico de la historia de la humanidad a través del estudio de objetos que las distintas civilizaciones, a menudo sin pretenderlo, han ido dejando a su paso. Estas cosas sirven de verdaderos observatorios que nos permiten saber cómo eran esos mundos antiguos y la vida de sus habitantes. A las versiones de los vencedores, de los perdedores y los disidentes, se suma la de las civilizaciones desaparecidas, sin textos que les sobrevivan, pero de las que nos quedan sus objetos para hablar por ellas. El libro recorre dos millones de años a través de cien piezas, desde la más antigua, en lo que podíamos llamar el origen de los tiempos, los bifaces de la Garganta de Olduvai (Tanzania) -herramienta pulida para cortar- hasta las más actuales, como la lámpara solar o una tarjeta de crédito. No faltan en la selección los iconos del museo, como la Piedra Rosetta que, en tres lenguas, nos cuenta apasionantes historias, como la de los reyes griegos que gobernaron Alejandría después de que Alejandro Magno conquistara Egipto. Tampoco olvidemos que gracias a esta piedra se pudo descifrar la escritura jeroglífica y así comprender el Antiguo Egipto. Entre todos, hay un objeto me ha fascinado, un hacha de jade, encontrada y pulida en Inglaterra hace unos 6000 años, pero ejecutada con jade procedente de una cantera prehistórica de los Alpes italianos. Tal hallazgo, comprobado con rigor por los arqueólogos, supone que el mineral tuvo que atravesar media Europa para llegar a Inglaterra. Y como en cualquier otra historia, los objetos, nos hablan de los individuos y de los grupos sociales, sus necesidades, gustos, costumbres, jerarquía, leyes, religión y hasta de sus prácticas sexuales.

El segundo libro es la Historia de las cosas (Ed. del Prado, 1995), escrito por el prestigioso historiador y periodista Pancracio Celdrán Gomáriz. Asimismo su origen está en la radio, después de iniciarse en la televisión, en un programa del mismo nombre emitido por la desaparecida Antena-3 de Radio, y que tuvo gran seguimiento de audiencia. El material fue refundido en esta obra bajo el epígrafe: "Breves crónicas de cómo nacieron, y echaron raíces entre nosotros, tantas cosas "corrientes" que usamos cada día y hacen nuestra vida más llevadera". Es una historia amena y curiosa que nos da noticia del devenir de los objetos que utilizamos en nuestra vida diaria, sin que sepamos su origen y porqué. Son objetos pequeños, humildes: la cama, el armario, la silla, el cuchillo, los zapatos, la aguja o el detergente, con los que estamos o utilizamos casi todo nuestro tiempo y que sería muy difícil relegar. El propio autor nos recuerda que hasta el genial dramaturgo Lope de Vega (Rimas, soneto CXXXIV; 1614), valoró y se ocupó de sus inventores: "Halló Baco la parra provechosa, / Ceres el trigo, Glauco el hierro duro. / Los de Lidia el dinero mal seguro, / Casio la estatua en ocasión famosa, /Apis la medicina provechosa, / Marte las armas, y Nemrot el muro?". Tampoco este escribidor suyo olvidó, al redactar sus Simplezas, que unas cosas imponen a otras. Un invento exige otro: el tapón de corcho, el sacacorchos; la lata de conservas, el abrelatas; el cepillo de dientes, la pasta; el afeitado, la navaja de afeitar; la taza del wáter, la cisterna de agua? Curiosa historia la del pañuelo, que nació como mocadero o de narices, pasó a ser servilleta o de manos y hoy es, al menos para muchos guarros, de doble uso. ¡Incauto Clínex que naciste como desmaquillador y acabaste como moquero!

Finalmente, el tercer libro es 100 Galicia cen. Obxectos para contar unha cultura (Consello de Cultura Galega, 2016). Es el resultado de una exposición y por lo tanto sujeta a su propia delimitación. Es mucho lo que recoge y más lo que falta. En la presentación, Ramón Villares reconoce haber considerado experiencias anteriores como la de MacGregor. Me resulta imposible hoy analizar esta obra por falta de espacio. Tiempo habrá.

Al principio las cosas fueron para obtener los alimentos, después para defendernos y atacar, a continuación para mejorar nuestro modo de vida, más tarde símbolos de nuestras creencias o poder y siempre, aun en las finalidades anteriores expresión de arte. Y así, hasta llegar al momento actual, en que la perversión de la sociedad consumista, ha llevado a que Annie Leonard haya escrito el libro: "La historia de las cosas: de cómo nuestra obsesión por las cosas está destruyendo el planeta, nuestras comunidades y nuestra salud, y una visión del cambio". El título lo dice todo.

Compartir el artículo

stats