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Juan José Millás.

Asignaturas fundamentales

Hay miedos retóricos y miedos de los que no se habla hasta que se halla una forma retórica en la que contenerlos. La lengua crea diques para contener el miedo al modo en que el hormigón crea presas para contener el agua. De vez en cuando las presas se quiebran y poblaciones enteras quedan anegadas. Los muertos y los desaparecidos se cuentan por miles y los cuerpos de los seres humanos flotan junto a los de animales con la boca llena de lodo. Los padres colocan diques de palabras frente al miedo que amenaza a los niños cuando se hace de noche o cuando estalla la tormenta. Cada palabra es como un ladrillo o un bloque de cemento que ellos mismos, a medida que se hacen mayores, aprenden a utilizar. Al igual que las grandes presas, los grandes muros de palabras necesitan mantenimiento. Siempre hay grietas que cubrir aquí o allá. De vez en cuando conviene descender a los cimientos para comprobar el estado de las primeras piedras, colocadas en lo más hondo por nuestros antepasados.

La herramienta para mantener la lengua es la gramática. Siempre necesitaremos gente que sepa gramática, y que la transmita, en la confianza de que alguno de los iniciados dé el salto desde ella a la retórica y nos relate con habilidad un cuento tranquilizador. Los cuentos tranquilizadores son con frecuencia de miedo, porque el miedo es un dique contra el terror. Las palabras nos acercan al terror en la misma medida en la que nos separan de él. Nos acercamos para separarnos, para establecer tabiques, divisiones, fronteras. En casi todas las casas, para el niño al menos, existe la habitación del miedo. Puede ser la despensa, el sótano, el cuarto de la parte de atrás. Pero, sea cual sea, está delimitada por cuatro paredes y se accede a ella a través de una puerta que se decide traspasar o no.

La lengua sirve para decidir si se traspasa y con qué medios. Hay algo profundamente oscuro en el fondo del alma humana. Algo cuya negrura no se parece a ninguna otra. La luz con la que se accede a esa estancia horrible es la que proporcionan las palabras ordenadas de acuerdo con una gramática consensuada. El desorden gramatical añade confusión a las tinieblas. De ahí que la retórica fuera una asignatura fundamental entre los antiguos.

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