La nueva sesión de investidura ya se ejecutó -nunca mejor dicho- cumpliéndose a rajatabla el fácil pronóstico de un fracaso anunciado. El debate no careció de momentos de brillantez; pero el cerril empeño de posicionamientos previamente decididos, le otorgó la carta de naturaleza de un diálogo de sordos. Podría decirse que tras la boutade del secretario general de los socialistas considerando que el diálogo es prescindible, se logró que la sesión de investidura también podría serlo.

El tono de las intervenciones alternó la moderación con agresivos desplantes, de los que fue destacado protagonista un representante de un partido catalán, con provocadora exhibición de mapas apañados y haciendo extemporáneas incursiones a su particular memoria histórica, en la que incluso salió a relucir Franco, aunque no para recordar los multitudinarios recibimientos que Barcelona hacía a aquel Jefe del Estado.

Paradójicamente el debate lo ganó el fracasado candidato. Preparar un discurso es relativamente fácil y no siempre lo redacta el orador, pero improvisar en los turnos de respuesta es harina de otro costal que, sorprendentemente, supo utilizar con brillantez Rajoy; reforzando, además, el liderazgo en su partido.

No se puede afirmar de forma categórica, pero es más que probable que estemos abocados a nuevos comicios, porque el rotundo no del PSOE a su capacidad de desbloqueo cierra todas las puertas al partido ganador de las elecciones. Y aunque Sánchez pactaría hasta con el diablo para conseguir la poltrona, no es concebible que un parrido de la importancia histórica que atesoran los socialistas, permita asociarse con quienes apuntalan su posición con un mapa de España de la que se segrega Cataluña.

Así las cosas, opino que el gran derrotado es Pedro Sánchez que, obnubilado por su afán de poltrona, no supo medir que tal vez haya cambiado su rol de jefe de la oposición por una posible desaparición del panorama político. Porque la innegable realidad de que es el culpable de tener que volver a las urnas, seguramente propiciará un voto de castigo. Y un tercer y consecutivo debacle electoral, determinaría que dimita o lo dimitan.

Podemos sigue intentando la locura de que se forme un gobierno frankestein, con la agravante de que se incrustarían en el ejecutivo partidarios de los sistemas que con cruda realidad muestran Venezuela o Grecia. ¡Vade retro!

El acomodaticio posicionamiento de Rivera que vende -posiblemente con razón- como colaboración para romper el nudo gordiano de la insensatez, amenaza con desmoronarse al anunciar ya la caducidad de su pacto con los populares. Acertado el portavoz de éstos al reprocharle que no se deben firmar acuerdos para quince minutos.

Se pueden multiplicar las conjeturas y todavía es posible que el sentido común alumbre algún tipo de acuerdo que evite el sprint hacia las urnas el día de Navidad; fecha que corresponde reglamentariamente, pero que un consenso unánime puede permitir un pequeño adelanto. Algo secundario, porque lo que de verdad importa es saber si la pelota seguirá en el alero; ratificando el vergonzoso fracaso de nuestros políticos y, sobre todo, el de España como país creíble, sin gobierno ni presupuestos y sancionable por Bruselas.

Si se diese tan indeseado resultado, habría que pedir a los barones socialistas, que reiteradamente hacen declaraciones discrepando de la tozudez de Sánchez, que pasen a la acción haciendo valer el indudable peso de su opinión. Si de verdad se deciden a mojarse pensando en España, figuras como Felipe González, Guerra, Solana, Bono, Zapatero o Corcuera, los nubarrones dejaría paso a un esplendoroso sol .No permitamos que las sesiones de investidura sean prescindibles.