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Joaquín Rábago.

Lo llaman "crowdworking" y es muchas veces explotación

Lo llaman crowdworking en el idioma de la globalización y es algo así como el crowdfunding, solo que, en lugar de dinero de la gente para la financiación colectiva de un proyecto, se solicita la prestación de servicios o la aportación de ideas. Para sus críticos, que son muchos, sobre todo en el mundo sindical, es la explotación del trabajo o el ingenio ajeno sin que el explotado tenga derechos más allá de ver recompensado su trabajo con una cantidad cada vez que por ejemplo se acepta su idea.

Han recurrido a ese nuevo modelo de trabajo desde grandes multinacionales como Audi, Amazon, Philips o Coca Cola hasta organizaciones no gubernamentales como Greenpeace para sus campañas. Y funcionan ya en diversos países empresas especializadas, que llaman plataformas de crowdworking, como la berlinesa Jovoto, que proclama como su misión "descubrir el talento creativo".

"Somos un pequeño equipo en Berlín que está en el centro de una enorme red de creativos y clientes", reza el eslogan de esa plataforma, que pronostica con indisimulado orgullo: "Somos el futuro del trabajo". Jovoto está especializada en publicidad, diseño, arquitectura y comunicación y presume de un espíritu de colaboración entre la gente a la que puede recurrir en cualquier momento para la prestación de servicios.

El sistema funciona así: un cliente solicita ideas para algún proyecto, y se invita entonces a los colaboradores a aportar las suyas, que compiten entre sí. El ganador recibe una recompensa en metálico. Como señala el semanario alemán "Die Zeit", que ha analizado el nuevo modelo, donde antes competían tres o cuatro agencias de publicidad, ahora lo hacen cientos o incluso miles de creativos que trabajan y se arriesgan por su cuenta.

Jovoto se jacta de tener, por ejemplo, a 80.000 individuos registrados y dispuestos a participar en cualquier concurso de ideas. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo, las once principales plataformas de crowdworking que hay en el mundo tienen a su disposición a unos veinte millones de individuos, a quienes pueden llamar en cualquier momento.

En Estados Unidos han acuñado el término de gig economy para un tipo de economía en la que el trabajo es esporádico y el trabajador totalmente autónomo. Según algunos estudios, para dentro de solo cuatro años, en torno a un 40% de la fuerza de trabajo norteamericana se inscribirá en esa categoría.

La tendencia es creciente, facilitada sobre todo por internet, que ha reducido drásticamente el coste de cualquier transacción y pone a disposición de las empresas a miles de personas, en su mayoría sin un trabajo estable y dispuestas a competir con otras de cualquier parte del mundo con sus ideas o sus habilidades. Hay en la capital alemana plataformas como Applause que ofrecen a las empresas el servicio de esas personas para probar teléfonos móviles o páginas de internet mientras que Crowd Guru, también berlinesa, tiene a su disposición a gente capaz de escribir por encargo textos sobre cualquier cosa.

Con ese nuevo modelo, basado en la desaparición de las plantillas y la externalización de las actividades laborales, el trabajador está cada vez más en situación de inferioridad frente a la empresa: no cobra si cae enfermo, no tiene derecho a vacaciones ni a jubilación ni tampoco muchas veces a un salario mínimo. Los sindicatos, cada vez más impotentes frente a ese nuevo tipo de explotación laboral que se disfraza eufemísticamente de autonomía y flexibilidad, denuncian el "precariado digital" y la vuelta a condiciones sociales y laborales como las del comienzo de la era industrial.

Y la pregunta que hay que hacer, que se hacen ya muchos, es cómo con ese tipo de trabajadores precarios van a poder financiarse en el futuro los servicios que todavía proporciona el Estado social o de bienestar.

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