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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Elecciones secretas en Galicia

De aquí a solo tres domingos, los gallegos han sido convidados para que elijan a su próximo gobierno autónomo, como algunos sabrán. La mayoría de la población, sin embargo, ignora la fecha del 25 de setiembre y hasta habrá quién la confunda con la de una de las tantas elecciones generales que últimamente se celebran cada cinco o seis meses en España.

Este carácter medio secreto y hasta clandestino de la consulta autonómica encaja perfectamente con Galicia, país donde la gente goza fama de discreta y considera de mal gusto llamar la atención. Si hay que votar, se vota; pero tampoco es que el vecindario se lo tome con mucho entusiasmo. De hecho, la abstención del 74 por ciento en el referéndum sobre el Estatuto de 1980 sigue constituyendo, treinta y tantos años después, uno de los récords mundiales de desinterés ante las urnas.

Lejos de combatir esa tendencia, se diría que los partidos tienden a fomentarla. No solo es que esté pasando inadvertida la fecha de las próximas elecciones. Es que, en realidad, ni siquiera se sabe muy bien quiénes son los candidatos a presidir la Xunta.

Exceptuado, por obvias razones, el actual titular del cargo Alberto Núñez Feijóo, pocos votantes sabrían decir cuál es el nombre de los aspirantes que presentan el PSOE, En Marea, el Bloque o Ciudadanos.

Nada que ver con lo que sucedía hace apenas quince años, cuando la presidencia de Galicia se la disputaban -teóricamente- dos pesos pesados de la política como el conservador Manuel Fraga y el nacionalista Xosé Manuel Beiras. Aquel era un tiempo en el que los electores podían escoger entre un par de catedráticos de dimensión catedralicia a los que se agregaba el también profesor Emilio Pérez Touriño por la parte socialdemócrata. Candidatos todos ellos que caerían bien o mal a la gente; pero de los que nadie podría decir que fuesen ilustres desconocidos.

Tales circunstancias daban entonces a Galicia un peso mediático y acaso político muy superior a su reducida demografía, a su escasa fuerza financiera y a los inconvenientes que se derivan de su excéntrica posición en el mapa. Con líderes de primera como los citados, capaces de discutir y hasta de injuriarse apoyándose en citas de Camus, de Marx, de Platón o de Hegel, los votantes tenían un plus de interés para acudir al colegio electoral sabiendo a quién daban su papeleta.

Infelizmente, la política se ha convertido aquí en un negociado de orden y carácter funcionarial en el que todos los candidatos -salvo el presidente, como es lógico- padecen el desconocimiento general del pueblo. Aunque el hecho de que nadie los conozca pudiera ser también una ventaja para ellos, claro está.

A eso hay que añadir aún la constante repetición de elecciones generales que ha devaluado el interés del voto al convertir la democracia -como sugería Borges- en un abuso de la estadística. Dos comicios generales y otro autonómico en menos de un año podrían haber creado cierto hartazgo entre los votantes gallegos que, a mayores, no cuentan con un estímulo compensatorio en la figura más bien desconocida de casi todos los candidatos a gobernarlos.

El caso es que, tapadas por el ruido de las generales (y pronto las de Estados Unidos), las elecciones autonómicas están siendo un asunto secreto en Galicia. O les hacen ya algo de propaganda, o aquí no se van a enterar ni los votantes.

stylename="070_TXT_inf_01">anxelvence@gmail.com

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