Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xabier Fole

el correo americano

Xabier Fole

La "intelligentsia" en peligro

Cuando George F. Will, columnista conservador del Post, anunció hace pocos meses que abandonaba el Partido Republicano debido al insospechado éxito de Donald Trump, el candidato, enfurecido, no dudó en responderle a través de las redes sociales: "Parece listo porque lleva esas gafas pequeñitas. Si le quitas esas gafas, es un tonto". Will recurrió entonces a la célebre argumentación reaganiana ("yo no abandoné al Partido Demócrata: el partido me abandonó a mí") para justificar su marcha. "Este no es mi partido", afirmó el -antaño- influyente periodista mientras pronunciaba un discurso en la Federalist Society. Ocurre que la desbandada de cerebros no parece afectar en absoluto a la suma de los votos. George Will, para un número alarmante de electores, no es más que un fastuoso e inservible vestigio de una época que ahora parece lejana: cuando los intelectuales influían en la sociedad, las ideas importaban y las revistas políticas, cuya circulación apenas superaba los quince mil ejemplares, eran leídas con atención por los gobernantes.

Como advirtió el historiador Richard Hofstadter en su libro Anti-Intellectualism in American Life, el anti-intelectualismo, en Estados Unidos, es un fenómeno cíclico que, cuando aparece, muestra la cara sombría y retrógrada de la nación. Y en este momento lo estamos contemplando en su máximo esplendor. Que a un candidato le parezca electoralmente eficaz meterse con el aspecto de empollón de un analista indica no solo que el intelectual está perdiendo de manera exponencial su preeminencia en el espacio público, sino que las virtudes y destrezas asociadas a su figura -inteligencia, conocimiento, una vida entregada a la investigación, etc.- sufren una preocupante campaña de desprestigio. El libro de Hofstadter se publicó en 1963, cuando el país todavía se estaba curando de los devastadores efectos del macartismo, la cruzada anti-comunista impulsada por el senador Joseph McCarthy durante la cual se elaboraron listas negras y la delación se convirtió en una práctica habitual entre los profesionales de todos los campos.

Ahora, además de perseguir y denunciar a supuestos sospechosos de traición (inmigrantes mexicanos y musulmanes), también son señalados aquellos disidentes que se atreven a cuestionar los nuevos dogmas de esta grotesca revolución populista -aunque, a decir verdad, impecablemente democrática- cuyo líder ha conseguido destronar a las denostadas élites del partido llevándose por delante casi dos siglos de tradición. Se echarán de menos los tiempos en que Ronald Reagan (responsable de la amnistía de 1986, que permitió la legalización de más de dos millones y medio de indocumentados) bajaba del avión con una revista bajo el brazo. En aquel entonces, el presidente republicano solía ser menospreciado por haber sido un "actor mediocre" y no poseer un currículum demasiado brillante. No obstante, sus Diarios, leídos a luz de los acontecimientos actuales, pueden resultar un tanto sorprendentes. A pesar de que, como escribió Nicholas Lehman en The New Yorker, "Reagan era un maestro del inglés hablado, no del escrito", y su prosa es "simple" y "monótona", los lectores hallarán en esos textos a un hombre que mostraba un respeto casi reverencial por sus pensadores de cabecera. En una de las cartas que le envió a William F. Buckley, recopiladas por este último en su libro The Reagan I Knew, el presidente se despedía de la siguiente manera: "Estás escribiendo y navegando, y yo estoy leyendo la National Review". No sabemos cuánta verdad contenía esa frase, si el presidente seguía tanto la publicación como decía o simplemente trataba de agradar a su amigo, pero lo cierto es que pensaba que su interlocutor, editor y periodista, era lo suficientemente importante como para escribirla.

Compartir el artículo

stats