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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Párvulas curiosidades. Sor Carmen

"Tampoco debemos olvidar el placer de la memoria. Leer es recordar. No solamente esos actos ocurridos hace mucho tiempo sino también los actos recientes de nuestros días. No solamente la experiencia ajena contada por el autor sino también la nuestra, inconfesada. Y no solamente las páginas del texto que vamos leyendo, memorizando las palabras a medida que adquirimos otras nuevas que olvidaremos en la página siguiente, sino también los textos leídos hace tiempo, desde la infancia, componiendo así una antología salvaje que va creciendo en nuestro recuerdo como la obra fragmentaria de un monstruoso autor único cuya voz es la de Andersen, la de San Agustín, la de Quevedo, la de Javier Cercas, la de Cortázar. Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros, sus inimaginables lectores. La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos y estemos donde estemos. En ese sentido, no conozco mayor ejemplo de la generosidad humana que una biblioteca". Es un fragmento del artículo Elogio de la lectura, de Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), entresacado de El País (22.04.2016). Manguel es un intelectual respetado, experto en la historia del libro y actual director de la Biblioteca Nacional Argentina, cargo que antes ocupó su maestro Jorge Luis Borges al que le leía los libros cuando se quedó ciego. Al asumir esta nueva responsabilidad entroncó la tradición de su preceptor, quien se consideraba heredero de Paul Grossac y había dirigido previamente la biblioteca.

El propio Manguel arranca el escrito con aquello que le gustaba decir al gran orador romano Marco Tulio Cicerón: "Como la experiencia muestra, la debilidad de nuestra memoria olvida fácilmente no sólo los actos ocurridos hace mucho tiempo, sino también los recientes de nuestros días. Es, pues, muy conveniente y útil poner por escrito las hazañas e historias antiguas de los hombres fuertes y virtuosos para que sean claros espejos, ejemplos y doctrina para nuestra vida". Mas también nos recuerda valores menos transcendentes y nobles de libros, como son el placer de leer, proveer pasatiempo y dar contento. Con esta finalidad, Manguel trae a colación la primera parte de El Quijote, cuando Alonso Quijano regresa vapuleado de su primera salida, y el ama y la sobrina piden al barbero y al cura que quemen los libros de la biblioteca, ya que han secado el cerebro del hidalgo. Para cumplir tal encargo, el cura y el barbero suben a la biblioteca y comienzan a elegir los libros que irán a la hoguera, de los que se salvan pocos: Amadís de Gaula, Tirant lo Blanc, La Galatea, del propio Cervantes, y poco más. El autor del Tirant justifica su propia existencia como un remedio a nuestra flaca memoria, como depósito de nuestra experiencia pasada, como espejo de valores antiguos y de enseñanza meritoria. No obstante, sus lectores, menos ávidos, dan otras razones. Como el cura, que rescata el libro por ser "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos", al tiempo que le dice a su compadre, el barbero: "Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho" .

Precisamente, en este descanso veraniego he leído un libro de Manguel que aguardaba su turno en mi biblioteca desde hace cerca de un año: Una historia natural de la curiosidad (Alianza Editorial, 2015). Es una obra en la que el autor, llevado por su ansia de curiosidad infinita, hace un viaje exterior e interior por el mundo del conocimiento, la cultura, la literatura y la filosofía. Un viaje en el que Dante, con la Commedia, es el protagonista y Ulises el viajero que indaga y descubre el conocimiento desde Homero hasta James Joyce. En fin, un libro apasionante que humildemente les recomiendo lean.

Con una ambición muy lejana, por supuesto en mi detrimento, uno hace algo de lo expuesto, al menos en cierto modo, cada semana en este suelto de Faro de Vigo: leer, memorizar lo leído y añadir su propia experiencia, para luego contárselo a ustedes mis lectores y darles pasatiempo. El resultado es una mezcla en la que, aun intentando desligar lo ajeno y lo propio, para lo cual siempre trato de citar la fuente de la información, todo se combina de forma más o menos consciente. Por lo tanto, lo que escribo está lejos de la verdadera historia y más cercano a las párvulas curiosidades. He aquí una de ellas, la primera de una serie que me propongo pasarles de cuando en cuando.

Sor Carmen y su peculiar profilaxis de la infecciones

En el verano de 1953 se produjo el desalojo progresivo del Hospital Real de Santiago de Compostela. El centro hospitalario se había fundado en 1504, por carta otorgada por los Reyes Católicos, e iniciada su función en 1509, por orden de la Reina Juana. El viejo edificio se transformó en Hostal, después de 444 años como hospital. Comenzó en 1954 su nuevo cometido hostelero, después de unas obras que se realizaron y concluyeron en un tiempo record de ocho meses. La totalidad de los enfermos e instalaciones pasaron a ocupar un nuevo edificio en la calle de Galeras. En él se instalaron tres hospitales diferentes: el clínico, el de beneficencia y el del seguro, lo que impuso una habilitación inadecuada de espacios y una distribución un tanto caótica. La escasez de recursos humanos y materiales era evidente y la penuria lo dominaba todo. Esta infraestructura se mantendría hasta 1972, cuando se creó el Hospital General De Galicia. Pediatría compartía con Obstetricia y Ginecología la tercera planta de hospitalización. La formación de especialistas pediátricos, no solo no era retribuida, sino que imponía el pago de matrícula. De todos modos, "La actividad clínica fue en esa época intensa y productiva. No había horario establecido, solo la norma no escrita de entrar temprano. Lo habitual era trabajar de mañana y tarde, incluyendo los sábados por la mañana y, con mucha frecuencia, los médicos de sala acudían por las mañanas del domingo a tomar nota de la evolución de sus pacientes. El común denominador de la actividad de entonces, a todos los niveles, era el gran entusiasmo [?] Esa fue también una época muy prolífica en producción científica" -son palabras del profesor José Peña, recogidas en Hospital General de Galicia. USC; 1998)-.

La asistencia no médica de los niños recaía en un pilar fundamental, una monja ourensana, Sor Carmen Álvarez, Hermana de la Caridad. Estaba disponible las 24 horas del día y era omnipresente. De forma indudable, era una trabajadora infatigable, inteligente, perspicaz, curiosa, rigurosa e imperativa. Pero a la vez tenía una personalidad acusada y una forma muy suya de manejar toda la clínica a su manera y sin permitir que la contrariasen. El área de hospitalización disponía de un espacio muy limitado. Sin embargo, estaba estratificada por sectores etarios y sexos, y existía un cubículo para el pulmón de acero, integrado en la habitación de preescolares, y dividido simplemente por una mampara que no alcanzaba el techo. Como en aquellos años la parálisis infantil (poliomielitis) había declinado gracias a la vacuna, el uso del pulmón de acero para la asistencia respiratoria era muy restringido, por lo que se aprovechaba el cuchitril para ingresar allí e intentar lograr cierto aislamiento de algunos niños que con enfermedades muy contagiosas. Cuando tal circunstancia ocurría, Sor Carmen, de forma inmediata y rutinaria, hacinaba las cunas de la habitación ubicadas al otro lado de la división, contra la mampara, en vez de alejarlas, sin darnos explicación alguna. Un día tuve el atrevimiento de preguntarle el porqué. Me contestó: -Parece mentira que no lo sepa. Es para que los gérmenes que saltan el bastidor por la zona abierta no caigan encima de los niños y sí mas allá de sus pies. Y añadió: -Como cuando eras niño y lanzabas piedras en el aire. En definitiva, que la monja conocía lo que era el movimiento parabólico en dos dimensiones o sobre un plano y lo aplicaba de forma estricta a los microbios.

Tal interpretación puede ser tachada de ingenua. Sin embargo, un ministro de Sanidad afirmaría años más tarde, en 1981, algo parecido. Era justamente el momento en que se producían en España los primeros casos del llamado síndrome tóxico que llegaría a afectar a más 20.000 personas y mataría a varios cientos. Al inicio se sustentó que podría tratarse de una neumonía atípica de etiología infecciosa y contagiosa. El entonces Ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social, Jesús Sancho Rof, en una conferencia de prensa televisada, afirmó que no había otro agente responsable que el micoplasma, y reducía la importancia de la enfermedad con una mostrenca frase que ha pasado a la historia: "Es menos grave que la gripe. Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que si cae de la mesa, se mata". Sin embargo, la tarde del 9 de junio de ese mismo año, un pediatra madrileño, el doctor Juan María Tabuenca, del Hospital del Niño Jesús, informaba en persona al Ministerio de las conclusiones de sus investigaciones epidemiológicas: el origen común de la intoxicación era aceite, identificado en el laboratorio como una mezcla a base de aceite de colza desnaturalizado. Estimo que Tabuenca nunca se envaneció de haber averiguado la verdad de tan inaudita tragedia y con ello poner fin a un reguero de enfermedad y muerte (Faro de Vigo, 21.07.2013).

Sor Carmen era como era, un ejemplo podría ser su negativa a usar mascarilla en prematuros, asegurando con sorna que estaba "estéril" hace muchos años, algo seguro dada su edad. Actuaba de "adelantada" a su tiempo, pues en la actualidad ya no se impone la mascarilla en ninguna área neonatológica de ningún hospital. Y por encima de todo, a esta monja ourensana se debía, en una buena parte, el funcionamiento real y eficaz de la Clínica Universitaria de Pediatría de Santiago de Compostela, que, a pesar de sus limitaciones y miserias, era el centro pediátrico regional de referencia en aquellos años y gracias al cual se curaron muchos niños de toda Galicia.

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